El Gordo, con "sus" tiburones. (Foto: J. J. Benítez)

EL GORDO

     Me impresionaron sus manos y sus silencios.

     Las primeras eran como jamones.

     Los silencios llegaban y no terminaban de pasar.

     Antonio Rivera Maya fue uno de los mejores pescadores de tiburones de Barbate.

     Me permitió acompañarle a la mar y quedé pasmado: tenía el alma naranja y tibetana. Nada le alteraba.

     Pescaba el tiburón con las manos y sometía a los silencios con la mirada.

     Era flaco, como un silbido pero, inexplicablemente, le llamaban “El Gordo”.

     Creía en lo que veía, pero poco.

     Respondía a todo con una sonrisa; la única moneda para la que no hay cambio.

     Se sentaba en la proa de su barco y esperaba ver llegar la vida.

     Se sentaba en su vida y esperaba ver llegar la vida.

     Un día la vida llegó, por sorpresa, y se fue con él.

     No lo volvimos a ver…

 

 

© www.jjbenitez.com