Nunca supe su verdadero nombre.
Cuidó de mí en las largas y penosas travesías por los desiertos
africanos.
No
sé cómo lo hacía, pero siempre estaba a mi lado, pendiente y en
silencio.
Escogía los mejores caminos para mí.
Escogía la mejor sombra y el mejor te.
Le
acompañaba una pistola negra y muda.
Era
el último en comer, en beber, en descansar y en hablar.
Mi
trabajo fue más fácil, gracias a él.