
"Casualidad es una palabra que habrá que borrar con sonrojo de los
diccionarios"
Niega su
videncia, pero la evidencia le delata. J. J. Benítez tiene un
escuadrón celestial, dispuesto a ayudarle siempre, a esbozar lo
inefable. Ahora, este jinete que cabalga sin tregua por el más
allá y que nunca pierde el sentido del humor, dedica su
cincelada elocuencia a una nueva señal que subraya como divina:
su nieto. ‘De la mano con Frasquito’ (Editorial Gránica)
enfrenta a dos tímidos, nieto y abuelo, que no dejan de
completarse contemplándose. Lo que al escritor le sirve como
regocijo y desafío, se vuelve un legado imprescindible para su
descendiente. El libro, con tino, retrata dos almas engarzadas
por silencios y palabras.
“Dios
es muy divertido y le encanta que juguemos”
“A los
muertos hay que venerarlos y amarlos en la memoria y en el
recuerdo”
POR BEATRIZ SANCHO
“Elegimos el momento histórico en el que deseamos vivir,
el lugar, la familia, la pareja (…) incluso la forma de morir”.
¿En qué consiste esta teoría, ley o contrato? Es una teoría, nada más y nada menos, que me ha costado
muchísimos años elaborar y que, afortunadamente, no es segura.
Más o menos quiere decir que antes de nacer, no me pregunte en
qué momento, se eligen las condiciones de un contrato que
tenemos que cumplir. En él se estipula dónde quieres nacer, qué
quieres ser y por qué. Después, en la vida se desarrolla, pero
se borra de la memoria para que la experiencia no quede
‘descafeinada’.
¿De dónde ha sacado esta teoría? Viene a fuerza de hablar con Dios. ¿Usted no habla con Dios? De
él aprendemos muchísimo, lo que ocurre es que unos estamos muy
distraídos y otros no. La teoría del contrato no es nueva, está
por ahí, pero me he atrevido a ponerla por escrito y con toda la
claridad posible.
¿Cuándo y cómo llegó a la
conclusión de que nadie tiene que ser convencido? Tengo 62 años, pero no hace mucho que lo descubrí, soy muy
torpe. Antes peleaba, luchaba, etc., para convencer a la gente,
y si podía salir triunfador, mejor. Hasta que me di cuenta de
que, justo por esa ley del contrato, era ridículo intentar
convencer a nadie, porque cada uno tiene su trabajo, su papel, y
lo desarrolla. Cada uno se tiene que limitar a ser respetuoso
con todos los demás.

Y
entonces, ¿quién le ha convencido de ello? Por un lado, la experiencia, por otro, me di cuenta de que
levantar la voz y tratar de convencer no servía para nada, sino
todo lo contrario y luego, por supuesto, como le digo, esas
‘charletas’ que mantengo con Dios.
Uno lee ‘De la mano de Frasquito’
y tiene la impresión de que usted sabe más de Dios que el resto
de los mortales, ¿cómo es posible? No, no. Ojalá supiera muchísimo del buen Dios, pero no. Tengo
algunas pistas, hablo con él de vez en cuando, compartimos un
melón a medias y poco más.
Sea sincero, ¿tiene algún tipo de
videncia? No, sufro de videncia cuando veo a alguna chica guapa, es
entonces cuando caigo en la evidencia. Si tengo algún don es el
de la ‘existencia y puntualidad’, que no todo el mundo lo tiene.
Eso sí que es un don.
Si la razón no nos dice nunca la
verdad, ¿quién o qué lo hace? Lo hace la intuición que es una criatura, un ángel, que lleva
siempre mucha prisa y no sé por qué. Algún día lo preguntaré. La
intuición es la primera que aparece y la primera que te dice la
verdad. Después llega la razón y empieza a estropearlo todo.
Jesús dijo: ‘Pedid y se os dará’.
Como sabrá, actualmente, está muy en auge la ‘Ley de la
atracción’, que dice que atraes lo que deseas. Sin embargo,
usted afirma que no hay que pedir nada a Dios porque todo está
en el ‘contrato’. ¿No es incompatible con su filosofía lo que
dijo el Maestro y otras personas que han canalizado esta
información? Opino que lo que dijo el Maestro está incompleto, como casi todo
en la Biblia. De hecho, el Nuevo Testamento es un absoluto
naufragio. Creo que lo que dijo Jesús de Nazaret es: ‘pedid y se
os darán respuestas’, ‘pedid información, pedid respuestas y se
os darán’. En aquella frase falta algo, alguien se lo comió.
Suelo decir eso siempre. Si hay un contrato, está todo
establecido y para qué pedir nada, salvo la información. Si el
buen Dios es lo que yo pienso que es pues, ¿por qué nos tenemos
que ocupar de las cosas materiales, la salud, ni de nada? Todo
eso está perfectamente contratado y establecido, y no viene
nadie a este mundo si no puede satisfacer sus cuestiones. Si no
pudiera, no vendría.
Pero, ¿qué información hay que
pedir si ya venimos con ese contrato tan bien surtido? En fin, no está de más hacer trampas a Dios (se ríe).
Sus 10 ‘no mandamientos’ son
cuanto menos curiosos: Dios no castiga, ni juzga, ni le puedes
ofender aunque lo intentes… No obstante, me quedo con la frase
de que ‘Dios no está fuera, sino dentro’. ¿Podría explicársela
al lector? Es muy simple. Más o menos, por esas charlas con Dios referidas
antes, uno deduce que a los cuatro o cinco años de edad, cuando
las personas, los personajes, los niños empiezan a tomar sus
primeras decisiones morales, el Gran Creador, el buen Dios, se
instala dentro de ellos. Es lo que llamo la chispa divina, que
se queda hasta que uno muere. Por esa razón digo que está
dentro. No se trata de ninguna metáfora. Creo que es algo físico
y real.
¿Qué es ser ‘palo-cero-palo’ como
su nieto? Ser ‘palo-cero-palo’ es una manera de hablar. Esta denominación
la utilizo mucho en los juegos que hago con Dios, en los que le
pido una señal para lo que le estoy preguntando. (Se oye a
Frasquito a lo lejos) ¡Este es mi Frasquito, corriendo como una
centella! En ese juego, el uno-cero-uno se ha convertido en una
manera, tradicional ya para mí, de respuesta divina. El niño es
también una respuesta y por eso le llamo ‘palo-cero-palo’. Estas
criaturas son muy especiales, contracorriente, románticas,
deliciosas, no tienen fácil explicación. Juego con Dios muy a
menudo y cuando tengo problemas o dudas importantísimas, que no
sé resolver, solicito señales. Una de mis señales favoritas es
el uno-cero-uno. Dios me suele responder de manera inmediata y
de las formas más increíbles. El niño, Frasquito, es una de las
respuestas, por eso lo califico de palo-cero-palo. Es como un
código que tengo con Dios.
Comenta que, al menos en la
materia, no existe el libre albedrío. Si todas las decisiones
las tomamos antes de venir a este plano, aparte de experimentar,
¿qué nos queda por hacer? Mismamente eso, experimentar, si le parece poco… La libertad es
un sueño, creo yo. La libertad total necesita información y
nosotros no la tenemos, ni la tendremos, ni la hemos tenido
nunca. No podemos decir que somos libres, podemos aspirar a
serlo o creer que lo somos, pero no lo somos. El libre albedrío
es un sueño. Aquí, en la Tierra.
Para usted la casualidad es una
‘mentirosa profesional’, ¿cree, entonces, en la causalidad? Sí, claro. La casualidad es una palabra que, algún día, habrá
que borrarla con sonrojo de los diccionarios. Es una palabra que
le encanta a los científicos, pero creo que no existe. Si la
casualidad existiera, nosotros no estaríamos aquí ahora. El
cúmulo de parámetros que se tienen que dar para que aparezca,
por ejemplo, la vida es de tal magnitud que es prácticamente
imposible que surja por casualidad.
“Lo importante es lo que se siente, no lo que se sabe”.
Explíqueme esta frase, por favor. Lo que le he querido decir a Frasquito es que lo más importante
en la vida son los sentimientos, no lo que se sabe, ni lo que se
memoriza, ni el poder, ni la gloria… No, no, no. Lo más
importante es si eres capaz de tener un sentimiento hacia lo que
sea y a cualquier hora del día. Eso es lo que nos distingue,
justamente, como seres humanos. Eso y la imaginación.
En un capítulo del libro menciona,
a propósito de la toma de posesión por parte de Dios del ser
humano, que ésta fue una de las primeras revelaciones que
recibió. ¿Qué tipo de revelaciones le llegan y cómo? Solicito constantemente información de toda clase, desde si las
tortugas tienen los ojos violetas o si realmente existen 27 mil
millones de cielos, pasando por si tengo que dejar el poco
dinero que tengo en un banco o he de llevarlo en el bolsillo. Es
decir, las respuestas que requiero son muy variadas. Dios es muy
divertido y le encanta que juguemos, que las preguntas sean
‘chiripitifláuticas’ a ser posible (se ríe). Soy muy exigente. A
Dios no le digo, por ejemplo, que si cruje el mueble significa
que me tengo que llevar el dinero encima, sino que le comprometo
en pruebas bien difíciles y complicadas, casi imposibles. Una
vez que me ha respondido a la pregunta, soy tan malévolo, que le
vuelvo a plantear la segunda pregunta, por si acaso. Y responde.
Pero, siempre son preguntas muy, muy comprometidas, muy
difíciles. A mí me encanta hacer pactos con la gente y por eso
un día, esto sería un ejemplo, aunque en este caso no se trate
de Dios, le dije a uno de mis hijos que cuando me muera, para
avisarle de que hay algo al otro lado, congregaría a una familia
de delfines cuando tiraran, desde un barco, mis cenizas al mar.
Así él sabrá que sigo vivo. Ese tipo de señales, que son
realmente difíciles y no sé cómo me las voy a arreglar para
materializarlas, son las que planteo a Dios, y más difíciles
todavía. Y, lo mejor, es que surten efecto. Tengo un libro
maravilloso donde voy anotando estas señales día por día.
Es decir, que usted pide algún
tipo de información al buen Dios y, para corroborarla, pide una
señal, en su opinión difícil, como puede ser solicitar que el
cielo, que en ese momento, por ejemplo, está naranja, se torne
en violeta en ese instante. ¡Parece que ha adivinado una de mis solicitudes como señal Le
voy a explicar, para que quede constancia. El día concreto
tendría que comprobarlo en el cuaderno que he mencionado antes,
pero he pedido que el día 30 o 31 de diciembre, allá donde yo
esté, el cielo se ponga naranja, ¿por qué? Porque cuando murió
Richard Widmark, el pasado marzo, establecí ese pacto con él,
después de muerto. Le dije: ‘Richard, si es verdad que sigues
vivo, el 30 de diciembre (o el 31, repito que no lo recuerdo
exactamente), allá donde yo esté, que el cielo se ponga
naranja’. Es realmente interesante solicitar a las personas que
se han muerto, que nos den señales dificilísimas.

“Hay una especialísima
felicidad en el ‘no necesito”. Según usted
esto es un secreto. ¿Por qué la gente practica tan poco la
renuncia y el vaciarse para llenarse? Quizás porque los seres humanos tengamos falta de perspectiva.
No sabemos porqué estamos en la Tierra, no tenemos ni idea de
hacia dónde vamos, ni qué nos depara el futuro, ni nada de nada.
Todo esto, al final, te lleva a esa situación: acaparar,
consumir, tener… y no sabes para qué, porque, lo que está claro,
es que no te lo vas a llevar a la otra vida. La persona que
prescinde está más tranquila. De hecho, los que prescinden son
los dioses.
“Dios es gradual y muy económico”.
Su seguridad, asusta un poco. ¿Qué le hace a usted tan especial? Quizás el que, desde hace algunos años, siempre que tengo algún
problema marco el móvil del Jefe y, entonces, pregunto. Ante mi
sorpresa, se producen las respuestas. La primera vez, te quedas
con la duda; la segunda, no sabes qué pensar; la tercera, se te
queda la cara de póker; pero, claro, a la cuarta empiezas a
poner más pruebas y más pruebas, y te das cuenta de que es
cierto, de que es imposible de que eso sea una casualidad.
¿Cuál es, en su opinión, la
voluntad de Dios? No lo sé porque no sé como es Dios. Lo siento, sé que existe,
pero no sé describirlo, lógicamente. Tengo 1.400 centímetros
cúbicos de cerebro y eso es nada, dos puñaditos de inteligencia.
Me imagino que la voluntad del Jefe, del Padre, será,
sencillamente, que vivamos, nada más de momento. Que no es poco.
Denomina a Jesús de Nazaret el
jefe y a Dios el número Uno, y asegura a Frasquito que, después
de la muerte, usted se quedará con el Maestro, mientras los
demás tendremos que pasar de largo esta ‘parada’ y caminar hacia
el Padre, ¿cómo sabe usted eso? No te lo puedo decir, pero estoy seguro de que no me echarán de
allí ni a patadas. Los de arriba tienen un problema. Les digo a
los que están con Jesús de Nazaret, allí arriba, que tienen un
problema.
Y usted se quedará con él para
intentar resolverlo… Claro.
“Dios viene antes que la Iglesia”,
¿por qué cree usted que el hombre acude tanto a ella? Por esa falta de perspectiva. Las religiones están bien en un
momento determinado de la historia del mundo, han ayudado y
tratan de ayudar en muchas cosas, pero, antes o después,
asfixian. Entonces, los seres humanos que empiezan a pensar por
sí mismos, no necesitan las religiones. A partir de ahí, brota
el gran triunfo personal de la gente.
“El secreto de la vida es jugar con el ahora”.
¿Cómo juega usted con el presente? Hasta que me di cuenta, hacía el idiota porque se me escapaban
todos los momentos. Pero cuando me cercioré de que lo importante
es este ahora, que ya es pasado, por cierto, pues traté de
estrujarlo, de exprimirlo, de vivirlo, de saborearlo y de
abrirlo.
El silencio es importante para
usted, ¿cuánto? Muchísimo. El silencio fue antes que Dios para empezar,
y, por tanto, yo me pongo de rodillas ante él. Cuando no hay
silencio, salgo corriendo.
Es enternecedor cómo le dice a su
nieto que humanice las cosas, que las dote de vida. En su casa
los cajones sonríen, ¿qué les diría a los adultos para animarles
a hacer lo mismo? Que se fijen un poco. La cuestión es pararse, parar un
momento y mirar. Las cosas tienen vida, las cosas no son tontas,
miran, hablan, están ahí por algo. Lo que ocurre, repito, es que
no tenemos perspectiva y corremos dejando las cosas atrás.
Que difícil es quedarse sentado y
hacer que el tiempo se aburra para que deje de perseguirnos… Es una de las tácticas, precisamente, para que el tiempo se
aleje y pase. Cuando uno se pone a pensar en el tiempo, a ver
cómo las nubes circulan, cómo van pasando… el tiempo se te queda
mirando, con los ojos abiertos, y dice: ‘este no me interesa’, y
se va. Hay que tratar de analizar, de mirar y de ver al tiempo,
no que él te mire a ti.
Le advierte a su nieto que los
cementerios son la más palpable muestra de nuestra ignorancia,
¿me lo explica? Los cementerios son lugares donde se dejan los trajes viejos. La
falta de perspectiva de la que estamos hablando es la que nos
lleva a adorar al cuerpo. A los muertos hay que venerarlos y
amarlos en la memoria y en el recuerdo. Lo que no hay que hacer
es lo que se hace en muchas sociedades de honrar los
cementerios. No conozco a nadie que le ponga flores a un traje
viejo o a un pantalón que ya no se usa. Me parece ridículo,
absurdo.
La
crónica social. 18-11-2008
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