Los ciguares
Una raza que poseía armaduras y caballos
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Pero mi amigo Ivar Zapp sí tenía razón en algo. Para el estoniano afincado en San José, las bolas son la viva manifestación de una cultura de expertos navegantes, oriunda de la Costa Rica que mira al Pacífico Sur. Una cultura precolombina de la que apenas queda constancia y que fue mencionada por Cristóbal Colón en su último gran viaje, entre los años 1502 y 1504.
Siguiendo el libro de Salvador de Madariaga puede comprobarse cómo Colón, al llegar a la costa atlántica de la actual Costa Rica, se entrevista con los indios y recibe cumplidas noticias de una región situada a poniente y en la que vivían los «ciguares».
En una carta dirigida a los Reyes Católicos, Colón manifiesta que los «ciguares» eran gentes ricas, con navíos, espadas y corazas. Y habla, incluso, de algo asornbraso, siempre rechazado por los historiadores. Según los indios, en esas tierras del oeste, a nueve jornadas desde el Atlántico, existían ya caballos. ¡Caballos utilizados para el transporte y la guerra!
¿Caballos? ¿Cómo es posible, en 1502?
Según la historia oficial, los caballos fueron introducidos en América por los conquistadores españoles...
¿Navíos ? ¿Corazas y espadas? ¿Quiénes eran los ciguares? ¿Fueron los constructores de las perfectas y gigantescas esferas de piedra?
Los indios le hablaron a Colón de un pueblo extraño, que vivía hacia el oeste.
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Los nativos repiten que las esferas fueron una creación inicial de los dioses que bajaron del cielo.
En realidad, nadie lo sabe, aunque nos encontramos ante una circunstancia más que sospechosa: esa civilización vivía, justamente, en la región de Golfo Dulce. Es decir, en unas tierras en las que se ha descubierto la mayor concentración de esferas. y en este sentido, la arqueología parece estar de acuerdo: las bolas tuvieron que ser creadas por una cultura con un alto grado de evolución mental y material, un pueblo con una especial sensibilidad y un notable sentido de la abstracción. Como ya he mencionado antes, si observamos la naturaleza, comprobaremos que las esferas perfectas no existen. Y si es así -insisto-, ¿cómo pudieron imaginarlas? ¿De dónde llegó esa sabiduría? ¿Por qué los nativos repiten una y otra vez que son creación de los dioses que bajaron del cielo? ¿Fueron los ciguares instruidos por esos familiares dioses?
Como decía el maestro, quien tenga oídos... que oiga.
¿Fueron los ciguares los constructores de las perfectas y enormes esferas?
Bola del «silencio», en la región de Palmar Sur.
Esferas: mil hipótesis
• Para algunos especialistas, las bolas son la expresión del mundo interior de los boruca (una de las etnias de Costa Rica).
• Grupos de arqueólogos defienden el «parentesco» de esferas y «barriles» de piedra. Otros aseguran que no guardan relación.
• Hay quien opina que la perfecta esfericidad es consecuencia de una dilatada experiencia como talladores en piedra. Otros ponen en duda dicha hipótesis, afirmando que las esferas están fuera de contexto. Una cosa es ser excelentes escultores y orfebres, y otra muy distinta plasmar un concepto (la esfericidad) que no existía en las culturas precolombinas.
• Para determinados arqueólogos, el transporte de las pesadas esferas «sólo era un problema de mano de obra». Con tiempo y personal suficientes -dicen- se las hacía rodar por valles y cerros, talando bosques y salvando ríos (I).
• La arqueología tradicional considera que las bolas eran «propiedad» de la comunidad y, en especial, de los hombres que guardaban el conocimiento astronómico.
• Ivar Zapp calcula en veinte mil años la antigüedad de las esferas de piedra. Pertenecen -dice- a la cultura de la desaparecida Atlántida.
• La mayoría de los especialistas coinciden en el hecho de que las bolas aparecen siempre reunidas en grupos de cinco, seis o siete unidades. Entre estas misteriosas «asociaciones» destacan subgrupos integrados por tres esferas: dos bolas pequeñas y una tercera más grande. Nadie sabe por qué.
• Otros estudiosos creen que las esferas son la representación del alma humana.
• Para determinadas tribus costarricenses, las bolas de piedra recuerdan las «luces» que acompañaban a los «dioses». «Luces» que perseguían a personas y animales, que penetraban en las casas y que permanecían días enteros sobre cerros, bosques y ríos (1). «Luces» de todos los tamaños...
• Según algunos expertos, sólo el análisis de la pátina natural que cubre las bolas podría indicar con notable precisión la antigüedad de las mismas. Hoy en día existen diferentes procedimientos para llevar a cabo dichos estudios.
• Resulta incomprensible por qué los conquistadores españoles que penetraron en el delta del Diquís en 1521 (González Dávila) no hacen referencia a la existencia de las esferas. Esto ha llevado a algunos arqueólogos a deducir que fueron labradas a partir del siglo XVI.
Para algunos, el concepto de esfericidad fue importado. ¿Quizás de los mayas?
• En círculos esotéricos se cree que las agrupaciones de bolas son representaciones del Sol y su cortejo planetario. Simbolizan -dicen- las posiciones del Sol y de los planetas en momentos concretos de la historia. Otros lo niegan, recordando que las culturas precolombinas no sabían del concepto «esfericidad».
• Thor Heyerdahl habló de la capacidad para navegar de los antiguos americanos. Y se refirió a las «guaras» (velas submarinas) como uno de los sistemas empleados en dichas navegaciones. Ivar Zapp se pregunta: ¿procede el término «guara» de la palabra «ciguaro»?
• Para Patricia Fernández e Ifigenia Quintanilla (arqueólogas). las «esculturas monumentales en forma de esferas y las estatuas de base de espiga formaron parte de un conjunto de símbolos públicos de carácter colectivo».
• Otras corrientes arqueológicas señalan al imperio maya como el posible «foco» que irradió la fabricación de las bolas. En ese caso, el concepto de esfericidad habría sido importado.
Cuánto más grande, más perfecta.
Pulido exquisito.
Delta del Diquis, el lugar de mayor concentración de esferas de piedra.
Según los arqueólogos, las esferas eran símbolos de poder.
Punto final
Mi querida princesa
A veces ocurre. A veces, como un milagro, se cumplen los sueños. El secreto es no desearlos demasiado. Incluso, no desearlos...
Así ocurrió aquel mes de diciembre de 2001. En lo más profundo de la selva de Costa Rica apareció una princesa: Paulina Leiva Morales. Entonces, noventa y cuatro años. Ahora, quién sabe... Paulina era la esposa del último cacique boruca, el bien recordado Espíritu Maroto. Me tomó las manos y, dulcemente, susurró: «¿Por qué tanto afán en buscar la verdad? A ésa hay que dejarla tranquila, hijo.»
No lo olvidaré, mi querida princesa...
Cuadernos de campo
Publicados por primera vez
A lo largo de treinta años de investigación por todo el mundo, J.J. Benítez ha reunido un centenar de cuadernos de campo. Unos textos íntimos -él prefiere llamarlos «cuadernos casi secretos»-, en los que refleja el día a día de viajes, investigaciones, éxitos y fracasos.
Jamás se habían publicado. Con «Planeta encantado» salen al fin a la luz. Una vez más, las imágenes hablan por si solas...
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