Leo en un número
de la revista “Historia” (National Geographic) el triste
final de Françoise Ravaillac, el asesino confeso del rey
Enrique IV (1610). Dice textualmente: “El 27 de mayo de
1610, tras diez días de intensos interrogatorios y
sesiones de tortura, el tribunal dictó sentencia de
muerte contra Françoise Ravaillac, el asesino de Enrique
IV. El reo fue llevado ese mismo día a la plaza
principal de París, donde fue ejecutado según el cruel
ritual que se reservaba a los regicidas.

1.- A las tres de la
tarde, Ravaillac fue conducido en una carreta a la
catedral de Notre Dame, donde hizo penitencia con un
cirio en la mano, entre insultos del pueblo.
2.- Sobre un cadalso,
en la plaza de Grêve, el verdugo aplicó unas tenazas al
rojo vivo en los pezones, los brazos y los muslos del
reo. Los religiosos rezaban por él.
3.- La mano derecha,
con la que había matado al rey, fue quemada con fuego de
azufre. En las heridas fue vertida una mezcla de plomo,
azufre y aceite hirviendo.
4.- Las extremidades
de Ravaillac fueron atadas a cuatro caballos con el fin
de descuartizarlo. Debido a su fortaleza física, el reo
resistió media hora antes de morir.
Hoy no llegamos
a esos extremos de crueldad, pero seguimos ejecutando a
los seres humanos. El final es el mismo. Hemos olvidado
una frase pronunciada por Jesús de Nazaret: “Nunca
respondáis al mal con el mal. No es digno…”
P.D. Y añado: Y no
resuelve el problema de los asesinos.