Imágenes: © Iván Benítez

 

A la memoria de mi buen amigo y mejor

investigador Andreas Faber Kaiser,

que me habló de este asunto por primera vez

 

 

 

«Planeta encantado»

Sólo para determinados seres humanos

<  «Planeta encantado» es así: puede usted hallarlo en cualquier lugar.

   Alguien me ha pedido que explique en qué consiste «Planeta encantado». Y yo, a mi vez, pregunto: ¿Puede usted sostener un bello sueño en la palma de la mano? ¿Puede usted «vivir» al ritmo del desierto o de la negritud? ¿Puede usted hacerse con las tormentas? ¿Puede ver más allá de lo que ven los demás? ¿Puede usted volar por encima de la mediocridad y, al mismo tiempo, comprenderla? ¿Puede señalar las cosas con el dedo del corazón? ¿Puede confiar en la palabra del ser humano? ¿Puede viajar con la ciencia y la intuición al mismo tiempo? ¿Puede imaginar lo inimaginable? Si es así, usted sabe muy bien qué es «Planeta encantado»...

 

 

 

 

 

 

Una sabiduría «imposible»

Ocurrió hace mucho tiempo

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<  El corazón de Mali: el país dogon.

   Lo dijo como la cosa más natural del mundo. Observó mi cara de asombro y dibujó una de aquellas largas y enigmáticas sonrisas. Así era Andreas...

 

Creo recordar que sucedió a principios de los años setenta. Faber Kaiser jamás hablaba en vano. Era un investigador serio y siempre bien informado. Si decía que la etnia africana de los dogon guardaba un singular misterio, así era con seguridad. Y seguí escuchando sus palabras:

 

«...Ocurrió hace mucho tiempo. No se sabe con exactitud. Algunos aseguran que pudo ser hace miles de años. Poco importa. La cuestión es que sucedió.

 

   »Unos seres procedentes del sistema Sirio descendieron en el corazón de Mali y enseñaron a los dogon la metalurgia, el arte de la palabra, la agricultura y toda una serie de conocimientos, imposible para su tiempo.

 

»Eran los "nommos". Así los llamaron los dogon. Mitad seres humanos, mitad peces.

 

»Y esta tribu del África occidental, tan atrasada como aislada, supo de la existencia de Sirio "B", compañera de Sirio, mucho antes de su descubrimiento por los astrónomos. ¿Cómo podía ser? Los dogon, obviamente, nunca tuvieron telescopios. ¿Y cómo explicar que supieran de las lunas interiores de Júpiter o de los anillos de Saturno?»

 

 

Los dogon, un pueblo aislado y analfabeto en el África profundo.

 

La pista de Marcel Griaule Fue, como digo, hacia 1972. Andreas Faber Kaiser me habló de los «dioses» que bajaron en África. Unos «dioses» que dijeron proceder de Sirio. Y quedé fascinado. Desde entonces, desde aquella lejana primera conversación sobre el enigma de la etnia dogon, he seguido y perseguido el tema casi con obsesión. ¿«Astronautas» en la antigüedad? ¿Seres no humanos enseñando a una remota tribu africana? Si el informador hubiera sido otro, probablemente no le habría creído...

Años más tarde, en agosto de 1977, Peter Krassa publicaba en Mundo Desconocido (la revista que fundó Faber Kaiser) un amplio reportaje sobre el citado misterio de los «nommos». Lo leí una y otra vez y, definitivamente, me puse en movimiento. Krassa coincidía con Faber: sólo la explicación «extraterrestre» resolvia el arduo dilema de los dogon y sus asombrosos conocimientas astronómicos.

Pero ¿por dónde empezar?

En aquellos momentos, este aprendiz de investigador sólo vio un camino: seguir las huellas del hombre que había levantado la liebre. Seguir la pista de Marcel Griaule. Y así lo hice.

Marcel Griaule, descubridor del misterio de Sirio en Mali. (Cortesía del Museo del Hombre de París.)

Lamentablemente, Griaule había fallecido en 1956. Tuve que resignarme, por tanto, a estudiar sus escritos...

Ogotemmêli, el cazador ciego Marcel Griaule fue un etnólogo francés. Es decir, un estudioso de los pueblos y etnias. Nació en 1898 y, aunque hipotecó su vida por y para la ciencia, su verdadera pasión fue la aeronáutica, a la que se dedicó después de la primera guerra mundial.

En 1918 descubre la etnología. Su maestro fue Marcel Mauss. Toma clases de amárico con el lingüista Cohen y en 1928 lleva a cabo su primera expedición etnográfica. En esta ocasión recorre Abisinia. En 1934 publica Flambeurs d´hommes («Fla­meadores de hombres»), un «cuaderno casi secreto» en el que narra sus aventuras por Abisinia. Y llega el histórico 1931. El gobierno francés aprueba una ley que permitirá hacer realidad un viejo sueño de muchos exploradores: atravesar África de este a oeste. Marcel Griaule se beneficia de este financiamiento oficial y organiza la expedición Dakar-Yibuti, con el objetivo de reunir máscaras que enriquezcan la colección del Museo Etnográfico de París. La misión se prolonga durante veintidós meses. Griaule visita quince países y en ese tiempo, justamente, él y su equipo alcanzan el país dogon, al este de Mali (entonces el Sudán francés). Griaule tiene la fortuna de conocer a Ogotemmêli, un anciano cazador dogon, ciego a consecuencia de la explosión de su fusil. Y Ogotemmêli le cuenta el gran secreto de su pueblo: el increíble «encuentro» con los seres del espacio. Fruto de estas revelaciones escribe Dios de agua (1948), un libro clave para comprender el enigma de los dogon. Los montes Hombori y la gran falla de Bandiagara fascinan a Griaule y regresa por tres veces. Allí, en Mali, concluye su tesis sobre las máscaras dogon, y poco a poco, como digo, el sabio Ogotemmêli le va informando e iniciando sobre «los nommos». Aquellas primitivas gentes, en efecto, sabían en 1931 de la existencia de Sirio «B». Y Griaule, perplejo, se hizo la gran pregunta: ¿cómo unos hombres que carecían de instrumentos ópticos podían saber -y con tanta exactitud- de la existencia de una estrella invisible a los ojos humanos?

  

Escritos de Marcel Griaule sobre el pueblo dogon, actualmente depositados en el Museo del Hombre, en París.

Las máscaras dogon fueron uno de los primeros objetos de estudio de Griaule.

Aldea dogon, al pie del gran acantilado de Bandiagara.

La búsqueda de Griaule Ese año (1931), a su regreso en Francia, Marcel Griaule investiga. ¿Qué se sabía en esos momentos sobre Sirio «B»? A decir verdad, muy poco. Y el etnólogo queda nuevamente maravillado. El secreto de los dogon no tiene explicación racional. En 1943 es nombrado profesor de la Sorbona. Griaule pone en marcha la primera cátedra de Etnología de la historia de Francia. Pero sus pensamientos siguen fijos en el país dogon.

En 1946 regresa de nuevo. Esta vez le acompaña Germaine Dieterlen, también etnóloga y secretaria de la Sociedad Africanista del Museo del Hombre de París. Ogotemmêli, iniciado por su abuelo a los quince años, es la clave. Cuatro años después, los etnólogos franceses hacen públicas sus indagaciones en un artículo titulado «Un sistema sudanés de Sirio» (1951).

En aquel histórico trabajo -que pasó prácticamente desapercíbido-, Griaule y Dieterlen se hacen eco de las informaciones suministradas por los dogon de Bandiagara, los bambara y los bozos de Segú y los minianka de la región de Kutiala. Los expertos franceses, sin embargo, no se comprometen. Reconocen que la sabiduría dogon no tiene explicación, en especial por tratarse de un pueblo que carece de telescopios e instrumentos ópticos. Pero no van más allá.

 

 

Dieterlen, en el país dogon. (Cortesía del Museo del Hombre de París.)

Griaule y Dieterlen no quieren plantearse el verdadero «problema»: ¿cómo sabían los dogon de la existencia de Sirio «B»? Los etnólogos conocían la respuesta: «unos seres, mitad hombres, mitad peces, descendieron con sus "arcas" y les enseñaron...». Obviamente, ningún científico «serio» hubiera aceptado la posibilidad de un encuentro con extraterrestres. Ni entonces, en la primera mitad del siglo XX, ni ahora... Y Griaule y Dieterlen permanecieron ahí, «entre dos aguas»...

Griaule murió en 1956. El pueblo dogon quiso celebrar también su funeral. En la aldea de Sangha se conserva todavía la casa en la que vivió. En 1965, Dieterlen publicó el célebre libro El zorro pálido, en el que reúne las principales informaciones recogidas entre los dogon por Griaule y ella misma.

 

Pero no fue suficiente. Las noticias proporcionadas por los etnólogos franceses eran muy atractivas, aunque, en mi opinión, incompletas. Algo me decía que Griaule no contó toda la verdad...

 

Tenía que viajar a Mali. Tenía que explorar el país dogon y conversar con los sabios e iniciados.

El gran perro

• En la constelación Canis Major (Gran Perro) se distingue la estrella más brillante del hemisferio sur celeste: Sirio (Sirius), con una magnitud de 1,6. Se trata del quinto astro más próximo al sol, situado a 8,6 años luz, y conocido desde la antigüedad como «alfa», en el grupo de Orión. A pesar de sus fantásticos destellos, es un sol o estrella de color blanco, con un diámetro casi doble del de nuestro sol y una temperatura en superficie de 9727 °C.

• En 1844 el astrónomo alemán Friedrich Bessel adelantó la idea de que Sirio, en realidad, podía ser un sistema binario (dos soles). Tras largos períodos de observación, Bessel atribuyó las irregularidades en la órbita de Sirio a la presencia de una compañera poco luminosa y, por aquellas fechas, invisible a los ojos humanos.

• En 1862, muerto Bessel, el norteamericano Alvan Clark consiguió «ver» a la compañera de Sirio. Para ello utilizó un refractor con un objetivo de 47 centímetros de diámetro. Había nacido Sirio «B».

• Sirio «B» no es, en realidad, una estrella invisible. Su lumino­sidad es diez mil veces menor que Sirio, y queda, por tanto, eclip­sada por la reina del firmamento.

• En 1970, lrving Lindenblad, del Observatorio Naval Norteamericano, en Washington, consiguió la primera imagen de Sirio «B». En la fotografía aparecía como un débil punto luminoso. A su lado, la gigantesca Sirio.

• En 1931 y 1946, cuando Griaule y Dieterlen reunen la información dogon sobre Sirio «B», la compañera de Sirio no había sido fotografiada.

• A partir de 1915 se registran nuevos hallazgos sobre Sirio «B». Su radio es de sólo 16000 kilómetros, para una masa igual a la de nuestro sol. La órbita es de 50,04 años, girando sobre su propio eje.

 

• En 1926 se descubre que Sirio «B» es una enana blanca: un astro de una extraordinaria densidad (130 kilos por centímetro cúbico). En otras palabras: si un ser humano pudiera vivir en ella, su estatura no alcanzaría un centímetro (una cucharada de la materia que la integra pesa mil kilos).

 

• En los años veinte, otros astrónomos como Fox, Finsen y Van der Bos afirmaron haber detectado un tercer astro en el sistema siriano. En 1995 fue confirmado: Sirio «C» es una realidad.

 

• Todo esto, y mucho más, lo sabían los dogon hacía cientos de años.

 

 

Sirius o Sirio, el lugar del que dijeron proceder los «nommos».

 

 

Primer viaje a Mali

No podía creer lo que tenía ante mis ojos

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<  Mali: un país casi plano.

No era necesario, lo sé, pero soy así. No puedo evitarlo. Me gusta comprobar hasta el último detalle...

 

Y empecé por los textos fundamentales de Marcel Griaule y Dieterlen. Según mis informaciones se encuentran depositados en el Museo del Hombre, en París. Y allí me presenté.

 

Las indagaciones fueron positivas. El trabajo que puso tras la pista del enigma a todos los investigadores -«Un sistema sudanés de Sirio»- era correcto. No había manipulación alguna. En el Diario de la Sociedad de Africanistas (tomo XX, fascículo 1), entre las páginas 273 y 294, aparece el referido e histórico texto. Y quedé nuevamente maravillado al contemplar los sencillos e impactantes dibujos de los dogon sobre el citado sistema de Sirio. No podía dar crédito a lo que tenía ante mis ojos...

Si esta etnia africana era tan inculta y aislada como afirmaba Griaule, ¿cómo es que estaba al tanto de los hallazgos astronómicos de los siglos XIX y XX?

Bamako: nadie sabe Como ya he dicho, sólo había un camino para tratar de despejar estas irritantes incógnitas: volar a Mali. Y así lo hice. Hasta el momento de escribir estas líneas he tenido la fortuna de visitar dicho país en dos oportunidades. Y espero que haya alguna más. En suma, estos viajes e investigaciones me han llevado a la siguiente conclusión: los etnólogos franceses descubrieron el enigma de los dogon, sí, pero se quedaron cortos. La verdad, tal y como sospechaba, fue más dramática...

He aquí una síntesis de lo que acerté a ver y escuchar en esas inolvidables expediciones:

Viernes, 6 de abril de 2001

Parece que hemos tenido suerte. Las lluvias empiezan en junio. En esa época, los caminos se convierten en torrenteras. La visita al país dogon se habría complicado...

En Bamako, la capital, nadie conoce el secreto de los dogon.

Fortísimo calor. A las seis de la mañana, casi 40 grados Celsius. Humedad sofocante, con picos del 90 y 95 por ciento. Insoportable...

 

Mi primera preocupación -localizar un buen ga- está resuelta. El Destino, una vez más, ha sido benevolente con este aventurero. En mi camino, «causalmente» se ha cruzado Lassané Congo, un joven fuerte, educado y agradable. Habla cuatro idiomas. Le he expuesto mis objetivos y ha sonreído feliz. Dice conocer a fondo el país dogon y a sus gentes. Me parece fundamental...

 

Congo -así prefiere que lo llame- procede de familia real. Es de la tribu de los mossi. Nació en Burkina Faso. Es un veterano rastreador de leones y, como digo, descendiente de guerreros. A los cuatro años se sometió al «wi», la prueba del dolor, permitiendo que un cuchillo abriera su rostro. Habla pausada y serenamente. Puede ser un hombre clave entre los dogon. Según mis noticias, en la falla de Bandiagara se hablan catorce dialectos...

 

 

Las mujeres no tienen protagonismo en el secreto de los Dogon.

 

 

 

Lassané Congo, guía y amigo.

 

En nuestro primer día en Bamako, capital de Mali, hacemos acopio de provisiones. El viaje hasta el país dogon, en el este, puede prolongarse...

Gran decepción: nadie conoce el secreto de los dogon. Al menos en la bulliciosa Bamako. Tampoco debe extrañarme. El problema número uno de este pueblo amable y hospitalario es sobrevivir.

Eso es lo único que cuenta.

...Debo ser paciente y esperar. Sábado, 7 de abril.

Rumbo al país dogon Los 4x4 parten hacia la primera etapa prevista: la ciudad de Ségou, a orillas del río Níger.

En el almuerzo, Congo cuenta el significado de su apellido. «"Congo" -dice- significa "impenetrable", en referencia a un arbusto espinoso. Si se penetra en él puede cerrarse y uno muere en su interior...»

 

Algunos de los termiteros alcanzan cuatro y cinco metros de altura.

Por el camino, en mitad de la sabana, Congo detiene los 4x4 y nos muestra algo que forma parte del paisaje malí: los termiteros. Son espectaculares. Algunos alcanzan cuatro metros de altura y siete de perímetro. Congo se hace con un machete y rompe el costado de uno de ellos. Aparecen unas hormigas enormes (de un centímetro de longitud), con las cabezas rojas. Si hacen presa deben ser decapitadas... Para levantar uno de estos hormigueros se necesitan entre uno y dos años. La colonia está integrada por millones de hormigas...

Congo me susurra al oído: «Al pie de estos termiteros son abandonados los bebés que tienen la desgracia de nacer albinos.» Según he leído, estos termiteros son asociados por algunas de las etnias de Mali a la ablación o mutilación del clítoris.

Niña albina negra malí. Sin duda, una criatura con suerte. Otros albinos son abandonados en los termiteros, nada más nacer.

La presencia del clítoris -dicen- sólo conduce al nacimiento de niños deformes. iDios Santo!, iqué planeta! (Días más tarde, al conversar con los dogon, me aclararían el porqué de esta superstición. Hoy, a pesar de la prohibición gubernamental, el 99 por ciento de las niñas malís sigue padeciendo esta atrocidad.)

Mali, algunos apuntes

· En el año 2001, cuando lo visité, contaba casi diez millones de habitantes. De éstos, dos terceras partes viven en la más extrema pobreza.

 

· El país, con 1,2 millones de kilómetros cuadrados, es como una «isla» en el corazón de África. Bamako, la capital, se encuentra a setecientos kilómetros de la costa más cercana.

 

· Aunque la lengua oficial es el francés, en Mali se hablan más de cincuenta lenguas, correspondientes a quince grandes etnias.

 

· El clima, tropical, varía de sur a norte. Por debajo del paralelo 14 se alternan las estaciones secas y húmedas. Las célebres lluvias suelen aparecer a partir de mayo-junio y se prolongan hasta octubre-noviembre. Precipitaciones: entre seiscientos y mil doscientos milímetros. Al norte, clima desértico. Tombouctou es la gran ciudad del desierto.

 

· Cruzan el país los ríos Níger y Senegal. El primero provoca un microclima, con diferencias térmicas mínimas entre el día y la noche y una humedad relativa considerable.

 

· El país es casi plano. Las cotas más elevadas se encuentran en Hombori (centro del rizo del Níger), con 1150 metros.

· Temperatura media para el mes más frío (enero): 24,3 grados Celsius. En abril es fácil superar los 40 y 45 grados Celsius.

· La tasa de crecimiento anual supera el tres por ciento. Más del sesenta por ciento de la población tiene menos de veinte años.

· La casi totalidad del pueblo malí (80 por ciento) es rural. A excepción de la capital, ninguna ciudad supera los cien mil habitantes. Densidad: 7,6 habitantes por kilómetro cuadrado.

· La economía descansa en el triángulo agricultura-ganadería-pesca. Mijo y sorgo son las principales producciones (1,5 millones de hectáreas). Las 800 000 toneladas/año son prácticamente consumidas por los malís. Curiosamente, Mali es el tercer productor de pescado al norte del Ecuador, con 125 000 toneladas. Más de cien mil personas viven de la pesca.

· Salario medio en las aldeas: cincuenta dólares al mes. Sueldo medio mensual de un funcionario: ochenta mil cefas (alrededor de ochenta dólares).

· Índice de analfabetismo: casi el setenta y tres por ciento.

· La mortalidad infantil, especialmente en el campo, supera el sesenta por ciento. Esperanza de vida: entre treinta y cinco y cuarenta años.

 

· El 80 por ciento de la población se ve afectado por la malaria, tuberculosis, meningitis, infecciones intestinales y oculares.

 

Grandes etnias de Mali

· Entre los sedentarios, el profesor N'Diaye los divide en mandinga, sudanés y volta, con decenas de subdivisiones. Los pueblos nómadas tradicionales son los tuaregs, maure y peuls.

· Los mandinga reúnen a los bambara, malinké y dioula. Hacia el siglo XIII formaron un gran imperio. La tradición asegura que el rey Abubakari II descubrió América en el año 1311. Desembarcó al frente de dos mil canoas en las costas de Brasil. Pero jamás regresaron.

· Los bambara forman el primer grupo étnico de Mali. Su lengua es aceptada por el resto de las etnias.

· El grupo sudanés abarca las etnias saracollé, sonraï, dogon y bozo. Entre éstos y los mandinga suman el 50 por ciento de la población.

· Los volta reúnen a los sénoufo, minianka, bobó y mossi. Representan el 12 por ciento de la población maliense.

· Los peuls proceden, al parecer, de nómadas blancos que llegaron por Oriente Medio en la Alta Edad Media. Son el 17 por ciento de la población.

· Las grandes etnias malís se encuentran hoy islamizadas (90 por ciento). El resto es animista.

Esclavos en el siglo XXI Aprovecho el cansino rodar de los 4x4 por la sabana para seguir interrogando a Congo. Es un pozo de información...

«En Mali -dice-, el 66 por ciento de los hombres y el 95 por ciento de las mujeres están casados. -No entiendo. ¿Cómo puede ser? El joven guerrero mossi lo aclara-. Esta desproporción se debe a la poligamia. Casi el 30 por ciento de los hombres casados tiene más de una mujer. El Corán permite un máximo de cuatro esposas...»

 

El 80 por ciento de las mujeres se casa antes de cumplir los veinte años.

Congo es animista. Cree que todos los seres -incluso los inorgánicos- tienen alma. Debo ser respetuoso. Es «su opción».

Él ha elegido.

 

Me habla entusiasmado de su religión. «Es la mejor», dice. Puede que tenga razón, a la vista de lo que hacen los demás.

Congo no se dirige nunca directamente a Dios; sería un pecado. Lo hace siempre por medio de sus antepasados muertos. Basta con invocarlos, asegura.

Blanca escucha, asombrada...

 

«Cuando fallece un hombre -dice-, permanece tres años en la Tierra, caminando hacia el cielo. Si es mujer -sonríe, malicioso-, ese tiempo en el planeta es de cuatro años...»

 

Al preguntarle por qué, sentencia rotundo: «Las mujeres caminan más despacio.»

 

Es por esto por lo que los mossi y otras etnias celebran el funeral a los tres o cuatro años de la muerte. Y lo hacen con una fiesta.

 

19 horas. Llegada a Ségou. Hotel Independance (habitación A-6). Una mediana ciudad asomada al Níger. Con los últimos rayos del sol contemplamos un mísero poblado de chabolas a orillas de un río marrón y caudaloso. Congo señala a los niños que chapotean en las contaminadas aguas y anuncia: «Esclavos.»

 

 

 

Los «bellah», los últimos esclavos del planeta.

   Al explicarse, sinceramente, no lo creí. ¿Esclavos? ¿Esclavos en el siglo XXI? «Así es. Estas gentes son "bellah", los últimos esclavos del planeta. Mejor dicho, esclavos recién liberados por sus dueños y señores: los tuaregs. Otros muchos -alrededor de trescientos mil- permanecen en la esclavitud en las zonas desérticas (especialmente en Níger y en el sur de Libia y Argelia). Son los parias de los parias. Los apestados.

»Han sido esclavos desde siempre. La esclavitud se "transmite" de padres a hijos. No reciben dinero. Sólo la comida. Viven fuera de la casa o de la tienda del tuareg. Hacen cualquier tipo de trabajo. Los tuaregs pueden comprar a un niño "bellah" por un puñado de mijo... ¡Dios mío! La imagen del tuareg acaba de caerse...

 

 

Los tuaregs tratan mejor a sus animales que a los «bellah».

 

 

Trescientos mil esclavos viven hoy en Níger, Libia, Argelia y Mali.

 

»Los "bellah" no disponen de papeles o documentos. La esclavitud -asegura Congo- es una tradición que se mantiene de generación en generación. Nadie sabe cuándo y por qué arrancó. Ni siquiera tienen derecho a un apellido. Como mucho reciben el de su señor.

 

»Ninguna mujer "bellah" puede enamorarse de un tuareg (ni se les pasa por la imaginación). Si sucede al revés, el tuareg debe hacer "noble" a la mujer. Sólo así puede desposarla...

 

»Si un "bellah" huye, él y toda su familía caen en desgracia. Si el "maestro" (el tuareg) los hace libres, es el día más grande de sus vidas...

 

   »No tienen religión. Sólo la del dueño. Son los únicos que no sufren la ablación del clítoris. Eso sería una dignidad que no merecen...(!).

»Hoy, los "bellah" libres no llegan al tres por ciento de la etnia. El resto deambula con sus" señores", de pozo en pozo y de oasis en oasis.»

¡Creía que lo había visto todo!

Territorio bobó He dormido perfectamente. El aire acondicionado es una bendición, a pesar del ruido (espantoso). Estaba agotado...

Domingo, 8 de abril

   Desayuno a las 7.30 horas. Calor intenso. Casi 40 grados Celsius. Partimos a las 8 horas. Antes de reanudar la marcha hacia el país dogon le pido a Congo que nos acompañe de nuevo al poblado «bellah». Acepta.

   Las imágenes de Iván son elocuentes...

Los gigantescos baobabs pueden alcanzar los mil años de edad. Los malís, en cambio, difícilmente superarán los treinta y cinco.

Entramos en territorio bobó. Una etnia caníbal.

   Madu Buaré es un jefe de familia. Sólo habla bambara. Congo traduce. En estos momentos, para colmo de males, se ven castigados por la meningitis. El poblado lo forman cuatrocientas personas. Dieta única: pescado, arroz y fruta. Cuando lleguen las lluvias, estas chabolas se derrumbarán. No reciben ayuda de ningún tipo. La mayor parte de estos niños morirá antes de cumplir los cinco años.

Abandonamos las chabolas con una profunda tristeza...

 

11.15 horas. Niamana y Faira. Estamos a punto de entrar en territorio bobó. Otra etnia que suma 150 000 individuos.

 

La sabana aparece viva y brillante. Veo decenas de cebús, gigantescos baobabs de flores blancas y colgantes, termiteros afilados y aldeas de adobe aquí y allá, casi mimetizadas entre las altas hierbas de la gran planicie que nos rodea por doquier.

 

Congo advierte: «Los bobó son grandes especialistas en la cría de perros y en la fabricación de máscaras. Y son caníbales.»

 

¡No puedo creerlo!

 

Congo insiste: «Todos los años, en esta región, desaparecen dos o tres personas. Todo el mundo sabe cuál es su destino...»

 

Siento curiosidad y le ruego que se detenga en una de las aldeas. Me mira sorprendido, pero acepta.

 

M´Bê Dougou. Así se llama el poblado elegido por el servicial guía. Casas -más bien chozas- de puro barro. Techumbres de paja y palma. Suciedad. Polvo. Animales domésticos y niños desnudos de inmensos ojos que se asoman asustados al paso de los 4x4. Ésta, como la mayoría de las aldeas de Mali, no dispone de agua corriente. No saben de la electricidad y mucho menos del teléfono o de la televisión. Al descender a tierra, los niños gritan y corren en todas direcciones. Nos toman por «díablos»...

Congo saluda a Dembele, el patriarca de la aldea, un anciano frágil, de barba blanca y mirada inquisidora, Al principio desconfía. Y aunque son guerreros de la sabana, Dembele no quiere responder a mis preguntas. Congo traduce: «...podríamos volver mañana con soldados y aniquilarlos». Congo lo tranquiliza. Somos gente de paz.

Blanca, con su especial tacto, termina ganándose a los más pequeños. Iván deja a un lado las cámaras y cura a uno de los bobós. Su pierna sangra...

A pesar de su extrema pobreza y de las cortas expectactivas de vida, los niños Mali son los más alegres de África.

Dembele termina aceptando que no somos «diablos» y nos invita a sentarnos a la puerta de su choza. Habla de su gente, de sus cuatro esposas, de la cosecha de mijo y de la primera vez que vio al hombre blanco. No sabe leer ni escribir. No sabe cuándo nació...

Y se despide con la siguiente frase: «Allah ki bombosi yangna kí kunsigi yé» («Que Dios permita que te crezca la barba»).

Blanca, mi esposa, recibe cuatro mangos. Dembele los arranca personalmente. Esta gente es noble y generosa, a pesar de su pobreza...

   14 horas. Almuerzo en la aldea de San. Aprovecho para visitar la mezquita, un edificio de adobe que se «derrite» con las lluvias...

¡Es increíble! Veo decenas de ciegos en torno a la mezquita. Piden limosna. La causa de la ceguera es el tracoma. Algo que podría haberse evitado con unas simples gotas.

 

No puede ser casual. Estos seres humanos han tenido que «elegir» previamente... A la «oscuridad» de la negritud y de la miseria, la «oscuridad» de la ceguera. Para mí son «héroes».

 

Compramos «zumbalá», semilla para salsa. Deliciosa.

 

Los 4x4 siguen la marcha, dejando atrás las aldeas bobó de Bane, Bla, Soma y Tion.

 

Nuevo alto en Bossoni («Pequeño Bosso»). Congo quiere presentarnos a unos amigos y, de paso, degustar cerveza de mijo. En la choza sólo entran los hombres. Congo formula los interminables saludos, en los que cada parte se interesa por la salud, parientes, ganado, amigos y difuntos del otro. Un obligado ritual al que habrá que acostumbrarse. No debo rechazar la invitación de los amigos de Congo. Y a pesar de la suciedad me acomodo junto a una docena de bobós, en el interior de una cabaña estrecha y maloliente. Nuevos saludos. Alguien introduce un cuenco (media calabaza) en un negrísimo recipiente que descansa al fondo de la choza. Y se lo ofrece a Congo. El guía bebe con gusto. Es la cerveza de mijo. Al poco me toca el turno. Prefiero no mirar. Bebo con los ojos cerrados. Está caliente. Creo que voy a vomitar...

 

A la segunda ronda no me parece tan desagradable. Congo y los bobós ríen, divertidos. Iván y yo nos miramos. ¿Saldremos de ésta?

 

Congo explica. La cerveza de mijo permanece tres días hirviendo. El cuarto se dedica a la fermentación. La costumbre es beberla en diferentes casas. Cada anfitrión invita. Hoy estamos en el hogar de Saberi («perdón» en idioma bobó).

 

Mientras se bebe son obligadas las bendiciones. La cerveza pasa de unas manos a otras y alguien recita: «Que Dios os bendiga, que bendiga este encuentro...» En total, veinte bendiciones.

 

Congo explica que en el «dolo», en este tipo de reuniones, algunos aprovechan para envenenar a sus enemigos.

   «En una ocasión -asegura- vi cómo uno de los invitados vomitaba ranas...» Blanca no ha perdido el tiempo. En nuestra ausencia ha reunido a la gente menuda y ha formado un coro de cincuenta voces.

Con el atardecer cruzamos Kanga Ouan, la última aldea de los caníbales.

 

A las 18 horas avistamos Mopti, la «Venecia» de África. El Níger es un hervidero de mosquitos. La malaria sigue acechando...

 

 

Mopti: la «Venecia» de África. Estamos a un par de jornadas del país dogon.

Hotel Kanaga (habitación 11).

Nuevo cambio de moneda. Un dólar ronda los seiscientos francos malís.

 

Corrupción generalizada Según mis cálculos hemos recorrido 420 kilómetros. En dos o tres días estaremos en la falla de Bandiagara (país dogon). Ardo en deseos de interrogar a los dogon.

Lunes, 9 de abril

En el desayuno nos presentan a un médico cubano (Abel), ginecólogo. Trabaja como voluntario en el hospital de Mopti. La información de Abel me deja perplejo. A las enfermedades, pobreza, analfabetismo, etc., de Mali hay que sumar otra no menos lamentable «patología»: la corrupción.

 

Algunos datos: la mortalidad infantil asciende a ciento veinticinco niños de cada mil. En cuanto a las mujeres, quinientas de cada diez mil mueren en el parto. El cuatro por ciento de la población tiene Sida... Pues bien, estos alarmantes índices se deben, fundamentalmente, a la citada corrupción generalizada. El paciente no es operado si no abona previamente el importe total de los gastos de quirófano. Todo, absolutamente todo, desde los guantes del cirujano a los antibióticos, pasando por las radiografías, los apósitos o el alcohol, tiene que ser abonado antes de su ingreso en quirófano. Esto -según el médico cubano- multiplica el número de muertes. No todos los malís disponen del dinero necesario para resolver una peritonitis, un parto o una simple operación de apendicitis.

 

 

Para entrar en un quirófano en Mali, primero es necesario pagar. La falta de recursos ha disparado el número de muertes entre las mujeres y los niños.

 

 

El fallecimiento de un niño o una mujer, sin embargo, no representan un excesivo trauma. Cada familia dispone de diez o doce hijos, y cada marido, de tres o cuatro esposas. En ocasiones, muchos de estos campesinos se niegan a pagar los hospitales. En Mali lo que sobra son mujeres y niños...

 

Estoy tan impresionado que le pido que regrese al anochecer. Abel acepta. Seguirá hablando de esta gran tragedia...

 

Aquí, efectivamente, la vida casi no tiene valor. Y lo peor, en mi opinión, no es eso. Lo más triste es que el mundo no lo sabe...

 

Djenné 9.30 horas. Congo me hace una señal. El calor aprieta. Conviene ponerse en movimiento. Salida hacia la ciudad de Djenné. Hoy, lunes, celebra un importante mercado. Allí se congregan miles de malis, pertenecientes a decenas de etnias. No debemos perder semejante oportunidad.

11.30 horas. Otro alto en el camino. El viento es abrasador. Algunos niños pescan en pequeñas ciénagas.

Miles de malís, de todas las etnias, llegan cada lunes a Djenné. Un espectáculo único.

El Bani, afluente del Níger, la vía habitual para llegar a Djenné.

Bani (afluente del Níger). La gente se dirige a Djenné, cruzando las aguas de este caudaloso río. Lo hacen con cualquier medio a su alcance: grandes canoas, piraguas, barcos a motor... Otros aprovechan los vados y salvan el curso del agua a lomos de burros, en carros o caminando, con grandes fardos y bicicletas sobre las cabezas. Todos sonríen. A pesar de sus miserias es gente feliz.

Y, al fin, Djenné, la ciudad más antigua del África subsahariana. Fundada hacia el año 250 antes de Cristo. En el siglo VIII consiguió su máximo esplendor. En el año 1280 es declarada oficialmente musulmana.

12 horas. El termómetro señala 41 grados Celsius.

 

Visita al museo. Desde 1994, la legislación protege el rico patrimonio arqueológico de Mali. Se trata, sin embargo, de papel mojado. La corrupción ha sacado del país grandes tesoros. Nada nuevo, por cierto...

 

Asombroso. Algunos enterramientos -de 1400- presentan magníficas estatuas en las que el artista dejaba constancia de

las enfermedades del sujeto. Veo dolencias craneales e individuos decapitados...

14 horas. Mercado. El punto de reunión por excelencia de la mayor parte de las etnias de Mali. Aquí se concentran miles de bambara, bobós, boyas, songaï, djermas, dogon, peuls, malinkés, mandingas y un interminable etcétera. Aquí comercian y se relacionan. Aquí se pactan matrimonios. Aquí se difunden y se reciben noticias de toda índole. Aquí se vende y se compra lo divino y lo humano. Aquí, bajo un viento abrasador, se pasean tuaregs con los «bellah», sus esclavos. Aquí, los maridos permiten que sus mujeres exhiban el oro que los acredita como hombres ricos. Aquí, sólo las mujeres que se consideran bellas pueden lucir un anillo de oro en la nariz. Aquí, las orejas deformadas significan poder y riqueza. Aquí se pasean libres y felices las nuevas prometidas (jovencitas peuls con los labios pintados o tatuados). Nadie se atreve a molestarlas. Aquí, en fin, se mezclan olores, gritos y colores procedentes de los cuatro puntos cardinales. Congo compra nuez de cola, la fruta más importante de África. Es el regalo obligado al suegro antes de solicitar la mano de sus hijas. Renovamos las provisiones: arroz, pescado frito, patatas, guindillas, carne ahumada, tomates y limones.

Mujer con cejas y labios tatuados. Mujer prometida o casada.

El «ala del pájaro» (mercado de Djenné): lugar ideal para conocer las últimas noticias.

Aquí se hablan cincuenta dialectos. Aquí te hacen un traje a medida, te afeitan o te adivinan el porvenir. Aquí, en la ciudad que sirvió de inspiración a Julio Verne para su obra Cinco semanas en globo, se levanta la más famosa mezquita de la nación. Una construcción realizada en su totalidad con barro de la sabana, enriquecido con estiércol de vaca, paja, espinas de pescado y agua del Bani. Un monumento ocre y severo que debe ser remodelado todos los años al concluir las lluvias. Un templo al dios de los musulmanes al que no tienen acceso (no tenemos) los infieles y que, naturalmente, dispone de dos puertas: una para los ricos y otra para los pobres...

Una mezquita, como la mayor parte de las casas de Djenné, que ha sido construida con el auxilio del obligado «gris-gris»,

un tipo de encantamiento necesario para proteger bienes y personas.

 

 

Con las fuertes lluvias, la mezquita se viene abajo. Cada año debe ser restaurada.

 

 

Al fondo, la mezquita de barro, en Djenné.

 

 

«Entrada prohibida a los no musulmanes». El cartel se repite en todas las puertas de gran mezquita.

 

La gente asalta los camiones de mangos.

 

16 horas. Terminamos huyendo de este manicomio. El mercurio señala 45 grados.

 

Aunque se trata de un suplicio añadido, me empeño en recorrer las callejuelas de la ciudad vieja. Aquí, la miseria es extrema. Las aguas fecales -negras y verdes­ parten de cada casa y desembocan en los canalillos que dividen las calles en dos. Nubes de mosquitos. Conviene extremar la prudencia. Gentes enfermas y desnutridas nos observan con la misma curiosidad. iSanto Díosl, iqué mundo!

 

El olor a podrido va en aumento conforme nos adentramos en una Djenné sórdida y olvidada. Todo es adobe, ratas, basura, niños desnudos con los ojos infectados y oscuridad. Sólo una familia (los Tuculé) dispone de luz eléctrica.

 

 

El hambre obliga a los malís a lanzarse sobre la fruta podrida o abandonada.

 

 

 

Djenné: no hay luz, Sólo ratas, miseria y enfermedad.

 

Nueva huida. Nos refugiamos en las cercanías de la mezquita. Congo nos muestra la tumba de la «santa» por excelencia de Djenné. Pama Kayantao. Según la leyenda, antes de la llegada de los musulmanes, la gente de la ciudad sacrificó a una joven virgen para que los dioses los protegieran y les dieran prosperidad. La mujer fue enterrada viva. Para ser exactos, emparedada con barro. Pero sucedió «algo» insólito: Pama (nombre de la doncella antes del sacrificio) era hija única. El padre, presente en el suplicio, se resistió a la muerte de la muchacha. Y cuentan que el adobe se derretía cada vez que los verdugos trataban de sepultar el rostro de Pama. Cuando, al fin, Jennepo aceptó en su corazón la muerte de su hija, el adobe no volvió a derrumbarse...

 

Hoy, la gente se acerca al santuario de Pama Kayantao para rezar y solicitar favores.

 

De regreso a los 4x4, nos detenemos frente a una escuela coránica. Los niños recitan en voz alta los diferentes suras. Los versos han sido pintados sobre tablas de madera. El maestro nos permite observar y tomar fotografías. Quedo perplejo, una vez más: los suras hablan de amor y de justicia, pero el maestro empuña una fusta...

 

 

 

El Corán escrito en tablas de madera. Los niños Djenné recitan los versos de memoria.

20.30 horas. Cena con Abel en Mopti. Cuenta, entre otras cosas, que en Cuba se trabaja desde hace años en una vacuna contra el Sida. Asegura que eleva los mecanismos de defensa en un 50 por ciento. Él fue uno de los voluntarios que aceptaron inocularse el antídoto. En cuestión de dos o tres años -dice- se dará a conocer al mundo. Y me pregunto: ¿por qué no se ha hecho público?

A pesar del cansancio no logro conciliar el sueño. Mañana es el gran día...

Pangalé Dolo

Llegada al país dogon

3

Martes, 10 de abril

 

Estoy impaciente. Sangha, primera etapa en el país dogon, se encuentra a 120 kilómetros. Todo está preparado y, lo más importante, el personal está alegre y dispuesto. Quizá tan nervioso como yo...

 

Repaso mis notas por enésima vez. ¿Cómo haré para conversar con los ancianos e iniciados dogon? Según Griaule, el secretismo de estas gentes es total. Algo pasará. Lo sé...

 

A pocos kilómetros de Mopti se rompe la correa del aire acondicionado. Nos detenemos en Sebaré. El calor sigue en aumento: 43°C a las 10 horas. Congo busca un mecánico y encuentra «algo» parecido.

 

11 horas. Puesto fronterizo de Undagá. Niños y mujeres con canastas de fruta sobre las cabezas. El país dogon está a la vista. Menudea el terreno pedregoso. Escasos huertos aquí y allá. Siluetas de hombres encorvados sobre plantaciones de cebollas, tabaco, mijo, pimientos y tomates. El nerviosismo aumenta. Debo serenarme...

 

Sangha A las 15 horas, llegada a Sangha, aldea dogon en la que vivió Marcel Griaule. El «hotel», por llamarlo de alguna manera (aquí prefieren el término «campamento»), no dispone de aire acondicionado. La habitación es de terror. Debemos hacemos a la idea. La estancia en Sangha será larga.

 

No hay tiempo que perder. Antes de entrar en materia echamos un vistazo a los alrededores y, en especial, a la célebre falla. Con la caída del sol contemplamos las aldeas de Bananí y Gogoli. Algo más allá aparece Ireli.

 

¡Impresionante!

 

Esta parte del país dogon, al este de MaIi, en plena falla, es un gigantesco «acantilado» de doscientos kilómetros. La falla en cuestión corre paralela al río Níger y alcanza entre trescientos y seiscientos metros de altura. Un caos rocoso, casi incultivable, en el que habitan 450.000 dogon. Una pared abrupta, sembrada de desprendimientos, y rodeada por los peuls (los ganaderos nómadas), los agricultores mossi y bobó y los bozo (los viejos pescadores) .

Un país en miniatura que disfruta de un especial microclima. Un país bendecido por las lluvias en el que crecen los majestuosos baobabs, las generosas ceibas y tamarindos, las serenas acacias y los lujuriosos mangos.

Antaño, estos peñascos fueron pura sabana. Probablemente, gigantescos bosques que llegaban al pie del acantilado.

La oscuridad nos obliga a retroceder, regresando al «campamento». Con la noche, la habitación se vuelve más tenebrosa si cabe. Los empleados advierten: a media noche cortan el suministro eléctrico. La humedad es brutal: un 95 por ciento. Ducha obligada cada hora...

Escribo a la luz de una linterna: ¿por dónde empezar? La gran falla reúne setecientas aldeas. De éstas, 570 no alcanzan los quinientos habitantes. Sólo seis disponen de más de dos mil almas. Seguiré los pasos de Griaule y Dieterlen: dedicaré mi atención a los poblados más pequeños. ¡Que Dios nos proteja!

La gigantesca falla de Bandiagara. Un acantilado de 200 kilómetros. Muchas de las aldeas dogon aparecen al pie de la gran pared rocosa. Otras, en la cima.

País dogon: un país en miniatura dotado de un especial microclima.

Dogon de menor estatura y ojos achinados: el más numeroso.

Dos tipos de dogon En estas primeras observaciones distingo dos tipos de dogon, bien diferenciados: uno alto y musculoso -muy próximo al modelo sudanés-, de cabeza y ojos redondos y nariz grande. Un segundo modelo, más pequeño, y entiendo que más numeroso: el dogon rechoncho, de hombros poderosos, cabello ensortijado, pómulos altos y ojos rasgados y maliciosos. Su lámina es la de un campesino. En ocasiones, una perilla acentúa su aspecto mongol.

Su caminar es tranquilo y regular, algo cansino, pero en las paredes rocosas se mueve con extraordinaria agilidad.

Parecen afables, prudentes, desconfiados a veces, y siempre seguros de sí mismos.

 

Necesito más horas de observación.

 

Las mujeres, la mayoa de menguada estatura, lucen un talle arqueado, consecuencia de las permanentes cargas, que transportan sobre las cabezas. Son alegres, parlanchinas y siempre sumisas al varón.

 

Por lo que sé, en esta historia tienen escaso protagonismo.

 

 

Dogon alto y musculoso: el tipo menos frecuente.

La génesis del encuentro Son las 20 horas. No puedo esperar. A pesar de la oscuridad, del agotamiento y de los planes previstos, salgo a buscar al anciano Pangalé Dolo, mi primera pista importante en este viaje al país dogon. Me lo aconsejó Jesús Calleja, otro apasionado por la aventura. Pangalé es vecino de Sangha y nieto de Ogotommêli.

Llegar a su casa es una aventura. Las tinieblas son totales. Pero, al fin, damos con él. Pangalé Dolo nos recibe con el corazón. No sabe quiénes somos, pero no importa: la hospitalidad está por encima de todo.

 

 

Pangalé Dolo, otro iniciado dogon. En la fotografía del ovni, proporcionada por J.J. Benítez, Pangalé identificó la nave de los «nommos».

El anciano, que debe de rondar los setenta y cinco años (no está seguro de la fecha de su nacimiento), se emociona al entregarle una fotografía tomada tiempo atrás por Calleja. Ríe a placer y comenta: «¡Soy yo

 

Así ha empezado mi amistad con este viejo dogon, otro iniciado en el enigma de los «hombres peces». Así han arrancado mis «conversaciones con Pangalé». Unas conversaciones que se repetirían a lo largo de dos viajes a Mali y que se verían ratificadas y redondeadas por otros ancianos en una treintena de aldeas.

Al principio, la oscuridad nos aplasta. Las linternas no son suficientes. Más de diez niños duermen en el pequeño patio. Debo caminar con mil ojos para no pisarlos.

Pangalé responde ceremonioso a los saludos de Congo. El guía plantea directamente la cuestión. Y el anciano acepta sin condiciones. Es más: yo diría que está encantado. Sí, a Pangalé le gusta hablar de los «nommos». La traducción resulta laboriosa. Pangalé Dolo sólo habla dogon y algo de bambara. Congo, en ocasiones, necesita de un segundo traductor.

No puedo creerlo. Mis temores eran infundados. Griaule y el resto de los estudiosos exageraron. Aquí no hay secretismo. Pangalé Dolo habla con libertad y sin objeciones. No ha puesto un sólo inconveniente a mis preguntas. Griaule, sin embargo, se cansó de repetir que no todo el mundo tenía acceso a estas informaciones. En sus escritos habla y habla de «un conocimiento iniciático, transmitido después de una minuciosa selección del aspirante».

iFalso! O yo tengo una especial suerte...

 

Ante mi sorpresa, tanto Pangalé como el resto de los ancianos y sabios con los que llegaría a conversar no expresaron contrariedad alguna a la hora de conocer los detalles de aquel misterioso encuentro con los seres de Sirio. ¿Cuestión de buena fortuna? Lo dudo...

 

Conforme voy profundizando en la asombrosa historia de los dioses o «nommos», un viejo presentimiento cobra fuerza:

Griaule y Dieterlen no contaron toda la verdad...

 

La charla con Pangalé Dolo se prolonga hasta altas horas de la noche. El cansancio y el durísimo calor no existen para mí. Estoy absorto en las palabras del anciano. Pangalé parece feliz. No es frecuente que le pregunten -y menos un extranjero- por las extrañas criaturas del cielo. Y habla sin cesar. A pesar de mi insistencia no hay forma de averiguar la fecha exacta del encuentro con los «nommos» (en posteriores entrevistas con otros ancianos tampoco he sido capaz de perfilar dicha fecha). Algunos investigadores se arriesgan a situar esa inicial experiencia hace miles de años. La verdad es que no hay pruebas. Me inclino por la segunda hipótesis: el encuentro con los «hombres peces» pudo suceder hace mil años, aproximadamente. Historiadores y antropólogos coinciden en algo: hacia el año 1040, la invasión de los «almorávides senhaga» propició el masivo éxodo de muchas de las etnias animistas que poblaban la región de la actual Ghana. Etnias, en suma, que no deseaban convertirse al islam y que no tuvieron más remedio que escapar. Entre esos pueblos estaba el dogon. Los datos aportados por viajeros medievales como El Bekri, Ibn Batuta o Sabi son definitivos. En las actuales leyendas dogon se menciona siempre a un «enemigo a caballo y en gran número», que los expulsó de las tierras occidentales.

 

 

Hacia el año 1040, la invasión de los «almorávides senhaga» propició el éxodo de muchas etnias.

 

Lago Debo ¿Y por qué fijo la fecha del encuentro con los «nommos» en los siglos XI o XII? La clave está en el lago Debo, al noroeste de Bandiagara. Tanto Pangalé como el resto de los iniciados coinciden: allí fue el descenso. Allí bajaron las «arcas» de los dioses. Obviamente, si la historia es cierta, los dogon se encontraban ya en territorio de Mali cuando se registró el encuentro. Lo dicho: a partir del siglo XI.

Sea como fuere, lo que parece claro entre los dogon, corroborado por las excavaciones e investigaciones arqueológicas, es que, al llegar a la gran falla, los fugitivos encontraron la zona habitada por otro pueblo: unos hombrecillos llamados «bana» (rojo) o «telem». Pangalé dice que eran magos muy poderosos. Se pintaban el cuerpo de rojo y eran capaces de levitar (!). (Conviene «filtra las palabras del anciano.)

Los dioses -según los dogon- descendían siempre en el agua. J.J. Benítez, inspeccionando uno de los recintos «sagrados». Hoy, los únicos habitantes de estos parajes son los cocodrilos.

Casas «colgantes» en mitad de las paredes rocosas de la falla. Los dogon las heredaron de los pigmeos.

Los «telem» vivían en casas singulares, construidas en las cornisas de los acantilados. Otros afirman que fueron los «kurumba» los que enseñaron a los pigmeos a levantar esas asombrosas casas «colgantes». Casas elaboradas con pequeños ladrillos en forma de pan, aparentemente sin secar, y apilados al tresbolillo (dispuestos en grupos de cinco, de modo que uno de ellos queda en el centro de los otros cuatro). La entrada consiste en una abertura de unos setenta centímetros de lado, practicada a veinte o treinta centímetros del suelo. Para acceder a ellas se servían de cuerdas trenzadas con fibras. Algunas caían desde lo alto de la falla. Hoy las he visto al recorrer las aldeas. Otras colgaban desde las casas, ayudándose de los árboles en el descenso a tierra. La sabana, probablemente, llegaba en aquellas fechas hasta las casas «colgantes».

 

Según los dogon, los «telem» eran cariñosos y sabios. Pero la supervivencia terminó enfrentándolos. Y los «telem» -cuentan los ancianos dogon- huyeron hacia el este. Otra tradición afirma que los dogon talaron los bosques, destruyendo así la caza y forzando a los pigmeos a buscar otro lugar.

 

Pangalé ha sido rotundo: los «telem» siguen siendo los legítimos dueños de la falla. Ellos, los dogon, lo saben y lo respetan. Practican sacrificios, implorando su clemencia. Creen que regresan en los torbellinos de polvo y que pueden habitar en las copas de los árboles. Las casas «colgantes» no son usadas como habitaciones. Los dogon las utilizaban como graneros y tumbas. Hoy, esa costumbre está desapareciendo...

 

La estrella de la décima luna Al principio -cuenta Pangalé- apareció una estrella. Era una estrella muy brillante. Congo aclara: «Una estrella a plena luz del dia.» Interesante...

 

Los dogon la llaman «ie-pelu-tolo»: la estrella de la décima luna. Y la dibujan en una secuencia triple. Y añaden que dicha «estrella» se hallaba rodeada de rayos rojos. Unos rayos que formaban un círculo, similar a una mancha de sangre que se expande pero que mantiene su tamaño.

Éste fue el principio.

De esta singular «estrella» -cuenta la tradición- salió un segundo objeto. Era circular, gigantesco y giraba sobre sí mismo.

 

Pangalé Dolo insiste una y otra vez en el ruido provocado por esa segunda y no menos misteriosa «estrella» que partió de «ie-pelu-tolo».

«Era -dice- como el ruido producido al golpear las rocas de una de las cuevas del lago Debo.»

Y añade: «...Era la palabra de Dios que se propagó a los cuatro vientos.» Pero, al llegar al suelo, la «estrella» ya no era redonda. Al tocar tierra se transformó en una «cesta» de base cuadrada con una abertura circular en la parte superior. (Otros ancianos se refieren a una «estrella» con forma de pirámide.)

De la «estrella de la décima luna» -asegura la tradición dogon- partió un objeto gigantesco.

   «...Y en cada una de las caras de la "cesta" -agrega Pangalé- se distinguían sendas escaleras, de seis peldaños cada una.»

 

   El «arca», teñida de sangre hasta esos momentos, se volvió blanca y muy luminosa.

 

Pangalé se levanta por enésima vez. Se pierde en las tinieblas de la casa y, al poco, regresa con una fotografía. En ella aparece él mismo, haciendo girar una honda. Congo escucha la explicación del anciano y sonríe. Ha comprendido: al tocar el suelo, el «arca» cambió su sonido. Ahora emitía una especie de zumbido, parecido al de una honda...

Un «caballo» de metal El «arca», entonces, al posarse en la tierra del zorro, levantó una gran polvareda. Todos huyeron: hombres y animales.

 

 

Al posarse en el suelo el «arca» levantó una gran polvoreda. Según Pangalé, «sangre escapó hacia lo alto, fundiéndose con la "estrella de la décima luna"».

 

   Pangalé trata de explicarse, pero no es fácil. Carece de palabras y conceptos. Congo, al fin, entiende. Me mira sorprendido y traduce: «Dice que, al llegar al suelo, el peso del arca era tan grande que la sangre escapó hacia lo alto, fundiéndose con "ie-pelu-tolo".»

 

En esos momentos -según mi confidente- ocurrió algo no menos incomprensible para él y para el paciente Congo: junto al «arca», nadie sabe cómo, apareció un extraño animal. Pangalé lo describe como un «caballo» de metal. Brillaba como el oro fundido y se movía «secamente». Pido que aclare el término «secamente». El anciano se pone en pie y responde a mi pregunta con una serie de movimientos «mecánicos» de brazos y piernas. Pangalé está simulando el caminar de un robot, aunque no creo que haya visto jamás uno de estos artefactos.

 

Comprendo...

 

El cuadrúpedo de metal -dice- amarró el «arca» con cuerdas y la fue arrastrando hasta una hondonada. Después, las lluvias llenaron la depresión y el «arca» flotó como una gran piragua. En cuanto al «caballo», ni idea. No sabe. «Puede que se escondiera en el fondo del agua...»

 

Pero el descenso del «arca» no terminó ahí. Según Pangalé, el fuego lo devoró todo.

   El «arca» lanzaba grandes llamaradas que abrasaron a hombres, animales y plantas. Ése es el origen de los albinos (los he visto junto al río Níger): la primera voluntad de Dios al visitar la tierra. Ésa es la creencia dogon. Por eso los negros albinos son criaturas especiales, tocadas -dicen- por la divinidad. Por eso los temen y veneran. Por eso los abandonan al pie de los temibles termiteros, nada más nacer. Éste fue el caso del cantante Salif Keita. Lo salvó una mujer en el último momento, cuando estaba a punto de ser devorado por millones de hormigas de cabezas rojas. Uno de sus discos, justamente, se titula «Mama», en recuerdo de esa mujer, su verdadera madre.

Aldea de Ireli. En la pared rocosa, las antiguas casas de los «telem», los pigmeos.

El «arca», al bajar a la tierra, quemó hombres, animales y plantas. De ahí el origen de los albinos.

Nave nodriza Imposible conciliar el sueño. Demasiado calor. Demasiadas emociones...

Miércoles, 11 de abril

 

Desayuno a las 6 horas. Nuestro primer objetivo se llama Ireli, una preciosa aldea al pie del acantilado.

 

No puedo olvidar la intensa conversación con Pangalé Dolo. Lo que ha contado no resulta difícil de identificar. Después de treinta años en la investigación del fenómeno ovni, las palabras del nieto de Ogotemmêli son familiares. Ésta es mi interpretación:

Hace novecientos o mil años -fecha aproximada-, en el centro de lo que conocemos como Mali, apareció en el cielo, a plena luz del día, un objeto luminoso, posiblemente de grandes dimensiones. Emitía una luminosidad rojiza («como un círculo de sangre»).

Y de este ovni -quizá una nave «nodriza» o portadora- se desprendió otro más pequeño: lo que hoy llamamos «nave de exploración»: un vehículo circular que giraba sobre sí mismo y que cambió de forma antes de tocar el suelo. Algo muy común en el fenómeno de los «no identificados». Una nave que, al parecer, descendió entre llamaradas, provocando el pánico en hombres y animales. Y en su primitiva mentalidad, los dogon asociaron la presencia de un robot con un cuadrúpedo o caballo de metal. ¿Qué otra cosa podían pensar?

En el dibujo dogon superior, descenso en espiral de la nave de los «nommos». Dibujo inferior, representación de «la estrella de la décima luna».

Y lo mismo sucedió con los cables o sistemas de arrastre. Los dogon hablan de «cuerdas»...

La nave, en fin, fue arrastrada hasta una depresión y allí -dicen- terminó flotando como una piragua. Pangalé, casi analfabeto, explica a su manera lo que, sin duda, fue un acontecimiento para sus antepasados. Una etnia que no sabía -ni sabe- de la llamada «carrera espacial». Un pueblo que no tiene conciencia de la robótica y, mucho menos, de una nave «no humana».

Creo entender el sentido de las afirmaciones del iniciado de Sangha. Cuando dice, por ejemplo, «que la sangre del "arca" escapó hacia "ie-pelu-tolo"», es muy posible que se refiera a un rayo de color rojo que partió de la nave de «exploración» cuando ésta tocó tierra. ¿A qué otra cosa podían asociar esa intensa luminosidad rojiza? La luz artificial, no lo olvidemos, es un invento muy reciente. ¿Y qué decir del cambio de forma del «arca»? Ni siquiera hoy estamos en condiciones de asimilarlo...

7.15 horas. La gente de Ireli nos recibe con cierta desconfianza. Es natural. El hombre blanco siempre ha pasado por Mali con segundas intenciones...

La «casa de la palabra» Congo reúne a los más ancianos. Lo hace en la «toguna», la «casa de la palabra», el lugar santo por excelencia en cualquier poblado dogon. Una especie de «sala de conferencias» o «templo» en el que se reúnen los hombres -sólo los hombres- para dialogar y tomar decisiones.

La «toguna» -dicen- está igualmente inspirada en aquel lejano encuentro con los «nommos»: ocho son sus pilares, bien en piedra o madera, en recuerdo de los ocho dioses que descendieron a tierra, y ocho deben ser las capas de mijo que forman la techumbre. Una techumbre levantada a 1,20 metros del suelo. Ésta, al parecer, fue la enseñanza de los hombres peces. De esta forma, al no poder incorporarse, las discusiones transcurren en paz.

«Casa de la palabra» de Ireli. Los ancianos e iniciados dogon siguen informando a J.J. Benítez sobre la llegada de los hombres peces.

 

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