Imágenes: © Iván Benítez

 

La calavera del rey

El último trabajo de Hotu Matu´a

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<  El moai, símbolo de la isla de Pascua.

Pero sigamos con el manuscrito en clave, descifrado por el profesor Cante Oliveros, y que ofrezco en rigurosa primicia. Según lo relatado por los rapanui al obispo Tepano, de Tahití, el mítico Hotu Matu'a tuvo tres hermanos varones y una hija adoptiva. Se llamaban Honga, Kena y Oroi. La muchacha era Teatea (Blanca). y dicen que Oroi, uno de los hermanos del rey, vivió la siguiente aventura:

 

«...Oroi fue uno de los que llegaron escondido a la playa de Anakena. Procedía de Hiva, pero Hotu Matu'a no sabía que se había refugiado en el fondo de la gran canoa. Y una vez desembarcado, Oroi corrió y fue a ocultarse al otro lado de la isla.

 

»Y sucedió que Hotu Matu'a fue a casar a su hija adoptiva Teatea con un hombre que vivía en el "ma'unga", un cerro también llamado Teatea, en el Poike.

 

»Pero Hotu Matu'a sintió pena y nostalgia de su hija Teatea. Y decidió visitarla, acompañado de sus inseparables pájaros "manu tara", que él mismo criaba y a los que enseñaba a hablar.

 

»Llegado a la casa donde vivía su hija adoptiva con su esposo, los saludó y lloró de emoción. Y al declinar el día, el rey se despidió de ellos, diciéndoles: "Me voy a mi casa por el camino del otro lado." Luego añadió: "Si tú y tu marido vierais que los pájaros se cernieran encima de mí, quedando yo abajo, sería señal de que yo estaría muerto; si, por el contrario, los pájaros quedan arriba, yo no habría muerto."

 

"Viniendo el rey por el camino desde el Poike hasta Hanga Nui, pasó por el cerro To'ato'a, mirando hacia todos los lados para ver a su hermano Oroi, que se hallaba por allí, pero no lo vio.

»Oroi le había puesto una trampa en el camino, con el fin de matar a Hotu Matu'a, mientras él se metió en una cueva baja con tal propósito. Tapó la cueva o zanja natural con corteza de la planta tiliácea llamada "hau­hau". Hotu Matu'a vio el cordel que salía de la trampa en el camino. Pisó el cordel con fuerza con la punta de los dedos del pie. Oroi lo vio y tiró del cordel hacia atrás muy lentamente, pero Hotu Matu'a lo arrastró y los pájaros se cernieron sobre Oroi, que murió. La envidia y la ambición de querer ser el rey le costó la vida a Oroi. Hotu Matu'a prosiguió su camino hacia Anakena...»

La muerte de Hotu Matu'a El obispo Tepano se interesó también por el final del rey sabio y prudente. Y ésta fue la explicación de los últimos depositarios de la tradición rapanui.

«...Hotu Matu'a estableció su residencia real, como se ha dicho, en Anakena o Ana Kena, donde mandó hacer pozos de agua potable.

»Cuatro fueron sus hijos: el primogénito fue Tu'u Maheke, nacido a la llegada; el segundo, Miru te Matanui; el tercero, Tu'u te Mata­nui, y el cuarto, Hotu Iti te Mataiti.

»Y al envejecer, el rey se retiró al volcán, en una casa conocida como "ko te Vare te Reingataki". Tomó una piedra que estaba quebrada y la compuso, diciendo: "Ko te ma'ea hono a Hotu Matu'a", que traducido significa "la piedra compuesta de Hotu Matu'a". Éste fue el último trabajo que hizo el rey.

«El rey Hotu Matu´a -dice el manuscrito secreto de Tahití- supo cuándo iba a morir.»

»Hotu Matu'a cayó enfermo, y llegaron a su casa gran multitud de gentes. Se dirigió a sus hijos: "Venid todos vosotros aquí, pues voy a morir." Ellos acudieron a su lado. El rey preguntó: "¿Quién eres tú?" El primogénito contestó: "Soy Tu'u Maheke." Contestóle: "¡Que tengas buena suerte!" Salió el hijo mayor y entró el segundo y le formuló la misma pregunta, y el aludido respondió: "Soy Miru te Matanui." Le deseó también mucha suerte. Entró el tercer hijo quien, a la misma pregunta, se identificó como Tu'u te Matanui, y su progenitor le expresó sus mejores deseos. Entró finalmente el cuarto hijo, quien dijo ser Hotu lti te Mataiti, el menor de los hermanos. El rey lo abrazó, besándole en las mejillas, pues sabía que era hijo bueno y fuerte.
 

»Mandó a sus hijos quedarse con él y ordenó a un hijo adoptivo que fuera a traer agua de un pozo en Huareva, y añadió que, tras probarla, moriría. Así lo hizo el muchacho. El rey bebió el agua. Luego, gritando hacia Hiva, invocando a los espíritus Kuihi y Kuaha, insistió en que cantara un poco el gallo de Ariana. Cantó el gallo, oyéndose aquí desde Hiva, y entonces expiró Hotu Matu'a...»

«El sepelio» «...Y los hijos -prosigue el documento en clave- pusieron al difunto rey en una angarilla, y lo llevaron a Akahanga, donde excavaron una fosa muy profunda. La revistieron en sus paredes con piedra de laja y bajaron el cadáver de Hotu Matu'a a la fosa. El hijo mayor se puso a la cabeza arriba en la sepultura; los otros tres a los pies. Cubrieron el cadáver con tierra, mezclada con piedras de obsidiana («mata») muy cortantes, dejando la cabeza sin cubrir, pues el hijo mayor tenía intención de cortarla y robarla.

»Una vez cubierta la fosa y llegada la noche, todos los hijos la vigilaron, pero el primogénito les habló uno a uno, diciéndoles que se fueran a dormir, y se quedó él solo a vigilar la fosa, con la intención de cortar y llevarse la cabeza, lo cual hizo ya de madrugada. Se fue corriendo y la escondió.

 

»Pocos días después vio que un enjambre de moscas se hallaba sobre el escondite. Se la llevó a otro sitio, pero ocurrió lo mismo. La trasladó a otro lugar y la puso en agua, lavándola, y la llevó a Patunga.

 

»Llegando allí ahuecó dos piedras: una para abajo y otra para arriba. Envolvióla con una tela, y la metió en el hueco entre las dos piedras. Luego la dejó delante de su casa.

 

»EI hijo mayor, no obstante, se fue a Hiva, donde envejeció, quedó olvidado y nunca más se volvió a saber de él...»

Pero el obispo de Tahití, lógicamente intrigado, se preguntó: ¿Qué ocurrió con la célebre calavera del rey? ¿Desapareció? ¿Fue encontrada? Los rapanui respondieron con la siguiente historia:

 

   «...Cierto hombre llamado Ure Hoonu a Taka cultivó un platanar. Tenía su casa en Vai Poko. Al mes siguiente de haber hecho la plantación fue a limpiar y a podar el platanar. El primer día, cansado del trabajo, dejó la herramienta de labor. Vio un ratón, lo persiguió, pero no pudo atraparlo. Lo mismo le sucedió hasta el quinto día. Concluido el trabajo el sexto día, vio otra vez al ratón, y lo persiguió con rabia. El ratón entró en la piedra que contenía el cráneo de Hotu Matu'a, dando chillidos. El hombre excavó la tierra con un palo y el ratón volvió a dar agudos chillidos. Era el espíritu del rey, que no del ratón.

 

   »El hombre levantó la piedra que se abrió. Vio la cabeza envuelta en una tela. La sacó y la desenvolvió. Era una calavera grande pintada. La entró en la casa nueva y la colgó, sin saber que se trataba del cráneo de Hotu Matu'a.

 

»Ure Hoonu se fue entonces a pescar. Pescó "koreha" (parecido a las anguilas) y sacó langostas por la noche, que coció con camotes o "batatas" en un "umu" o curanto. Luego mandó buscar al rey Tu'u Ko Iho, para invitarle a comer en su nueva casa. El rey, con su gente, llegó a la inauguración de la nueva casa, acompañado de su mujer e hijos. El "ariki" o rey entró en la nueva casa. Dentro había una joven para acompañarlo durante la comida.

 

   Después de la comida se tendió el "ariki" en el suelo sobre una estera, y entonces vio la calavera. Tu'u Ko Iho empezó a llorar, al reconocer la cabeza de Hotu Matu'a, y exclamó: "He aquí los dientes que comieron en Hiva el "kepukepu" (parte que se halla junto al caparazón de la tortuga).

«La joven que acompañó al rey Tu'u Ho Iho en la comida levantó las manos, sacó la calavera, y la puso en un canasto. De allí la llevó a la casa situada en Tore Tahuna, en la que "andaban los maoi". Hizo un hoyo delante de la entrada de la casa, colocó piedras planas de laja en el hoyo y, tomando la calavera, la metió en él. Lo tapó con piedras menudas y tierra que pisó con sus pies hasta que quedó apretada. El "ariki" o rey se quedó en casa. Al día siguiente, Ure Hoonu se percató de la desaparición de su calavera. Se lamentó y preguntó a la joven que acompañó a Tu'u Ko Iho durante la comida dónde estaba la calavera y ésta le respondió que fue sacada por el rey. Se enfureció Ure Hoonu contra él. Mandó recado a su gente y vinieron muchísimas personas. Llegaron a la casa de Tu'u Ko Iho, en Tore Tahuna, y le preguntaron dónde estaba la calavera. El rey replicó que no sabía nada al respecto. Entonces sacaron la primera piedra del fundamento y la echaron al mar, y al no confesar el "ariki", desarmaron toda la casa, y por fin encontraron la calavera. El "ariki" se limitó a guardar silencio y Ure Hoonu, después de recriminarlo, dijo que esta calavera debería devolverse a Hiva, y el encargado de hacerlo fue Miru te Matanui, uno de los hijos de Hotu Matu'a...»

Pero el cráneo del rey sabio y prudente, según los indicios, no salió entonces de Rapa Nui. Lo haría, al parecer, en la primera mitad del siglo XX y por «otras razones» muy distintas de las insinuadas por los pascuenses en sus informaciones al obispo Tepano.

 

Pero ésa es otra historia...

La tumba: prohibida a los arqueólogos Cuando investigué entre los rapanui, todos coincidieron: la versión de sus compatriotas al obispo de Tahití fue correcta. El rey Hotu Matu'a fue sepultado en la zona de Akahanga, en la costa sur de la isla. Un punto -dicen- equidistante de todas las tribus que integraban Rapa Nui en aquellos lejanos tiempos. En cuanto a la calavera, total y absoluto mutismo. Exactamente igual que con el punto donde, supuestamente, fue enterrado. El lugar es sagrado y los rapanui, celosos de sus tradiciones, no han marcado la tumba. No desean intromisiones. Ningún arqueólogo está autorizado a descubrir los restos de aquel «ariki». Unos restos que, sin duda, aclararían el halo de misterio que rodea a Hotu Matu'a.

Akahanga. Aquí, al parecer, está enterrado el rey Hotu Matu´a. Sólo unos pocos conocen el paradero exacto.

Este investigador, merced a una información confidencial de los ancianos rapanui, consiguió ubicar el paraje exacto donde, al parecer, reposan los restos del primer rey de Pascua, en Akahanga. Pero empeñé mi palabra y no debo desvelarlo...

 

Lo que sí puedo decir es que los restos humanos existentes en una supuesta tumba, en la referida zona de Akahanga y que son mostrados habitualmente a los turistas, nada tienen que ver con Hotu Matu'a o con sus súbditos. Según los análisis practicados a una pequeña muestra de dichos huesos -tomada en mi última visita-, la antigüedad de los mismos es de doscientos setenta y cinco años (más-menos treinta y cinco años). Esto sitúa la edad de la citada tumba en el año 1727 de nuestra era. O, para ser exactos, la edad de los huesos...

 

Reproduzco a continuación el informe de la Universidad de Uppsala, en Suecia, responsable del análisis por la técnica del C14 (carbono 14):

 

La tradición rapanui sobre los cráneos reales

• Al morir un rey o «ariki», el pueblo lo llevaba a sepultar en un nicho o «avanga». Una vez seco el cadáver, llegaba a escondidas otro rey. Era importante que no fuera visto. Abría entonces la tumba y seccionaba la cabeza, y luego se la llevaba a su casa.

 

• Allí practicaba unas incisiones (dibujos o grabados), siempre con peces. Sólo las figuras de peces podían aparecer en las calaveras de los «arikis».

 

• Según la leyenda rapanui, los cráneos de los reyes tenían «mana»: el poder de multiplicar las aves domésticas (gallos y gallinas). Por eso, cuando a alguien le faltaban estas aves, recurría al vecino que guardaba la calavera de un rey.

 

• Al llegar el cráneo de un «ariki» hasta la casa -decían-, los gallos fecundaban a las gallinas, y éstas ponían muchos huevos y obtenían numerosos pollitos. Cuando las gallinas habían puesto muchos huevos, el dueño escondía el cráneo del rey, para que dichas gallinas no enflaqueciesen. Cuando los pollitos habían crecido lo suficiente, entonces sacaba la calavera de su escondite, y la dejaba a la vista de las aves con el fin de que los gallos volvieran a fecundarlas.

 

Los ojos que miran al cielo

La tradición rapanui es unánime

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<  Los moais, en suma, representan a los muertos.

Todos se muestran de acuerdo: el primer moai llegó con el rey Hotu Matu' a. Era uno de los símbolos de Hiva, la lejana patria. Los científicos lo dudan. En la actualidad, nadie tiene memoria de aquella primitiva estatua. Probablemente fue destruida.

 

Lo que sí se presenta con claridad es el conocimiento de la vida después de la vida. He aquí otro de los enigmas de Rapa Nui. Aquellos primitivos pobladores sabían de la supervivencia del espíritu. ¿Quién les enseñó? Según los pascuenses, fue el dios Makemake, la criatura que bajó del cielo, quien les habló de la otra vida y de la necesidad de rendir culto a los muertos. Así -dicen- nació el arte de trabajar los moais.

 

Cada estatua, sencillamente, representaba a un miembro de la comunidad. Generalmente, un príncipe o un potentado.

Sobre este particular, sin embargo, se han escrito muchos despropósitos. ¿Fueron los moais labrados por seres llegados del espacio? ¿Están representando los rostros de extraterrestres? ¿Fue el rey Hotu Matu' a y su gente -como ha llegado a difundirse- una perdida expedición de la no menos mítica Atlántida?

Soy el primero en defender la realidad del fenómeno OVNI y las visitas de seres «no humanos» a nuestro planeta desde tiempo inmemorial. Pero, en el caso de los moais de Pascua, la verdad es otra. En mi opinión, nada tienen que ver con esas naves espaciales...

La cantera del Rano Raraku La mejor prueba -irrefutable, diría yo- del origen humano de los moais podemos encontrarla al este de la isla, en las faldas de un viejo y apagado volcán: el Rano Raraku o Maunga Ea («cerro fragante»). Aquí se han contabilizado 396 estatuas. Muchas terminadas y otras en fase de ejecución. Aquí, en la llamada «cantera de los moais», se han encontrado -a cientos- las rústicas herramientas de basalto con las que se labraban (los «toki»).

 

 

Cantera de los moais en el volcán Rano Raraku.

 

 

A pesar de su extraño aspecto, los moais nada tienen que ver con seres extraterrestres.

Éstos, a su vez, eran perfeccionados con el «matá», la obsidiana. La cantera de obsidiana se hallaba en Orito.

Nadie, por tanto, puede dudar. Los moais se construían en Rapa Nui. Y los hacían los pascuenses. Otra cuestión es por qué los esculpían y, sobre todo, cómo los trasladaban de un lugar a otro.

Los científicos, una vez más, polemizan.

   Las teorías sobre el transporte de las colosales estatuas, como veremos más adelante, son numerosas. Para los rapanui, en cambio, es todo mucho más simple: era el «mana» el que hacía caminar o volar a los moais. La estatua -aseguran los ancianos­ era trabajada en la cantera. Una vez concluida se dejaba deslizar por la pendiente y era encajada en una fosa. Allí era rematada la espalda y se aguardaba a que el propietario falleciera. Cuando esto ocurría, el moai era trasladado al lugar elegido por el difunto y alzado sobre el «ahu» o altar.

Falda de la cantera de los moais, en el Rano Raraku.

Las estatuas se deslizaban desde lo alto de la cantera y eran semienterradas, a la espera de la muerte del propietario.

Era entonces cuando los artesanos procedían a la fase culminante: abrían las cuencas oculares y engastaban en ellas grandes ojos de coral blanco con pupilas de escoria roja. Y esa mirada terrorífica -dicen- era la señal: el muerto tomaba posesión del moai y su poder -el «mana»­ se difundía a través de dicha mirada.

Y el «mana» alcanzaba así a todos sus súbditos y familiares. Por eso, la casi totalidad de las estatuas miran al interior de la isla. Sólo los «siete exploradores» aparecen orientados hacia la mar y en dirección a Nueva Zelanda (lugar donde, al parecer, se encontraba Marae Renga, la patria desaparecida).

Cilindros de siete y ocho toneladas. ¿Cómo los levantaron?

Los «pukao» (moño o sombrero de escoria roja) eran el emblema del nuevo hombre-dios.

En 1978, el prestigioso arqueólogo rapanui Sergio Rapu encontró enterrados algunos de estos enormes ojos de coral blanco. Y comprendió por qué los polinesios llamaban a su tierra «Mata Ki Te Rangi»: «El país de los ojos que miran al cielo.»

El nuevo hombre-dios Y en ocasiones -según la categoría del difunto-, los moais eran adornados con los «pukao», una especie de moño o sombrero elaborado con escoria roja y que -según los rapanui- constituía el emblema del nuevo hombre­dios. La mayor parte de estos formidables cilindros supera las siete u ocho toneladas de peso. Y uno vuelve a preguntarse: ¿cómo se las ingeniaron para trasladar semejantes moles desde la cantera de Puna Pau? ¿Cómo lograron elevar estos «pukao» hasta cuatro y cinco metros (altura mínima de los moais)?

Y los rapanuí insisten: con el poder del «mana». Los tocados «viajaban» por el aire...

Y llegamos al gran dilema: ¿cómo movieron estas gigantescas estatuas?

 

Hoy, la mayor parte de los «pukao» aparece olvidada por el suelo de la isla.

Mil moais

• En Pascua, por el momento, han sido catalogados un millar de moais. La casi totalidad a lo largo del perímetro costero. De estos mil, cuatrocientos se encuentran enterrados o sumergidos en las aguas que rodean Rapa Nui.

• En setiembre de 1990, el anciano Petera Avaka Pakomío me habló de un moai sumergido frente a Hanga Piko. Petera lo vio mientras buceaba, en compañía de otros dos rapanui: su hijo Luis Nazario y su sobrino Rodolfo Paoa. La estatua, de unos cinco metros de longitud, se encuentra boca abajo y a cosa de veinte o treinta metros de profundidad.

• El moai es una estatua antropomorfa, siempre en piedra. La cabeza ocupa las dos quintas partes del total. El cuello, según la leyenda, es una réplica del que une el pene con el glande. La nariz es generalmente recta y, a veces, respingona. Las orejas con lóbulos alargados y labios muy finos. Al rostro se le da el nombre de «aringa ora», es decir, «imagen viva».

• De tórax robusto, los brazos aparecen pegados al cuerpo. Las manos son de dedos largos, siempre por debajo del abdomen. En el «ahu» Ure Aurenga, a tres kilómetros de la pista de aterrizaje, se levanta el único moai con cuatro manos. ¿Por qué? Nadie lo sabe...

• El moai parece una escultura propia de Pascua, aunque en la isla de Pitcairn fueron hallados restos de estatuas similares, destruidas por los amotinados del Bounty. Una de estas estatuas, decapitada y con las manos sobre el vientre, se encuentra en el Otagun Museum de Nueva Zelanda.

Aeropuerto de Hanga Roa, en la isla de Pascua.

• La altura media de los casi seiscientos moais que pueden contemplarse hoy en la isla oscila alrededor de los cuatro metros, con un peso aproximado de diez a treinta toneladas (peso medio: 13,8 toneladas). Hay excepciones, como es el caso del moai «Paro», en la costa norte, con casi diez metros de altura y 85 toneladas, y el moai a medio terminar de la cantera de Rano Raraku. Este coloso, de 22 metros de longitud, habría llegado a pesar unas doscientas cincuenta toneladas.

• De los mil moais conocidos, 396 se encuentran en las laderas del Rano Raraku, la llamada «cantera de los moais». De éstos, 247 aparecen en diferentes fases de construcción. Sólo 54 estatuas fueron talladas en un material diferente del del Rano Raraku, fundamentalmente traquita, escoria roja o basalto. La pieza más pequeña mide 90 centímetros de longitud. La más antigua, hasta hoy, es una cabeza de escoria roja, aparecida en el centro ceremonial de Tahai, se remonta al año 713 antes de Cristo. He aquí otro enigma: si Hotu Matu'a desembarcó en la isla en el siglo IV de nuestra era, ¿quién fabricó esta cabeza? ¿Se hallaba Pascua habitada cuando llegó el rey rapanui? ¿Fue el citado desembarco anterior a lo que supone la ciencia?

• La formación del Rano Raraku se remonta a unos trescientos mil años. El acantilado, de 150 metros de elevación en el borde sureste, fue modelado por la mar. El lago del cráter, de 1300 metros de diámetro, es de agua dulce, con una profundidad aproximada de tres metros. La totora que rodea la laguna, de origen sudamericano, se encuentra en la isla desde hace treinta mil años. La materia prima utilizada para la construcción de los moais -que no se encuentra en el resto de la isla- es un tipo de ceniza volcánica compacta denominada «toba lapíllí». Este tipo de toba es muy frágil y tiene la capacidad de absorber el agua. En una de las laderas del Rano Raraku destaca el único moai arrodillado. Se le conoce como Tukuturi.

«Ahu» o altar de Tongariki, con quince moais. Fue reconstruido en 1994.

• Según el manuscrito en clave que se conserva en Tahití, los moais fueron construidos por los «Hanau Momoko» o «gente delgada». El primero de los moais fue Tai a Hare Atua, labrado por el maestro Miru. La habilidad y sabiduría de los tallistas («maorí»), así como sus herramientas, pasaban de padres a hijos. Sus servicios eran remunerados con comida.

 

• Los moais eran alzados sobre un «ahu» o altar. El «ahu» se presenta rodeado de una plataforma inclinada que llaman «tahua» y que, al parecer, cumplía una función ritual o religiosa (?). He aquí algunos de los «ahu» más importantes: Tongariki, en Hotu Iti, con quince moais. Fue destruido por un maremoto en 1960 y reconstruido en 1994. Akivi (los «siete exploradores»), restaurado en 1960. «Ahu» Naunau, en la playa de Anakena, con una cabeza de moai incrustada en el muro. Tahai, con los «ahu» Ko Te Riku, Tahai y Vai Uri.

 

 

Moai «Paro», uno de los grandes colosos, hoy derribado.

Respuestas que no convencen Para la ciencia, como decía, no hay duda: los moais fueron trasladados a campo a través y con el auxilio de toda clase de artilugios y «máquinas». Durante décadas, científicos como Thor Heyerdahl, Mulloy, Schwarz y otros se han esforzado por demostrar que el citado transporte no fue un problema tan arduo o intrigante. Y han echado mano de las más peregrinas «soluciones»: trineos de madera sobre los que descansarían las estatuas, horquillas (también de madera) de las que colgarían los moais, cuerdas y rodillos e, incluso, «caminos artificiales de paja» por los que habrían viajado los colosos...

Cantera del Rano Rarku: decenas de estatuas sin terminar.

 

De los mil moais, 396 se encuentran en las laderas del Rano Raraku.

Como iremos viendo, estas teorías sólo son teorías. A la hora de la verdad, no convencen. No son prácticas. En algunos casos, ese supuesto arrastre habría exigido cientos, quizá miles de hombres. En otros, el uso de cuerdas o maromas amarradas al cuerpo del moai habría dañado irremisiblemente la palagonita, la frágil piedra volcánica con la que fueron labrados. El ejemplo más claro y determinante -para el que lo quiere ver- lo tenemos en la estatua de Tonga Riki, también llamada el «moai con visa» o con pasaporte. Este gigante, en efecto, fue sacado de Rapa Nui en 1982 y expuesto en la ciudad japonesa de Osaka. Pues bien, a pesar del exquisito cuidado desplegado en su manipulación y transporte, las sogas lo dejarían marcado para siempre. Y me pregunto: si los antiguos pascuenses se valieron de cuerdas y rodillos de madera para trasladar los moais de un punto a otro en la isla, ¿por qué ninguna de las estatuas -y las he examinado todas- presenta las lógicas rozaduras? Es evidente que las cuerdas no servían y, en consecuencia, no las utilizaron.

Único moai arrodillado de Pascua. Nadie sabe por qué.

Moais, de espaldas, desde lo alto de Rano Raraku. Al fondo, el llamado «camino de los moais».

¿Madera? Pero el gran fallo de cuantos han intentado explicar el traslado de los moais de forma convencional surge al echar mano de la madera...

¿Rodillos? ¿Trineos? ¿Horquillas? ¿Estructuras en forma de «V»?

Los científicos, al plantear sus hipótesis, dan por hecho que la citada madera era un bien común y abundante en Rapa Nui. La realidad no aparece tan clara...

Los ancianos lo han repetido hasta el aburrimiento. Pero la ciencia no les presta atención. En Pascua -dicen los rapanui- jamás hubo bosques.

Las explicaciones convencionales no resisten un análisis mínimamente serio.

Y vulcanólogos y expertos en polen han terminado dándoles la razón: hace diez mil o doce mil años, la isla padeció la última gran erupción volcánica. El Maunga Terevaka, al norte, entró en actividad y los ríos de lava arrasaron Pascua, sofocando así todo vestigio de vegetación.

Cuando Hotu Matua desembarcó en Anakena, el «ombligo de la Tierra» era un paraje casi desolado. El único arbusto presente en la isla era el toromiro. Otros especialistas, incluyendo los ancianos pascuenses, consideran que esta planta fue introducida por el primer rey desde la lejana y legendaria Hiva. Sea como fuere, la cuestión es que el toromiro apenas alcanza 1,30 metros de altura y 30 centímetros de diámetro.

Hace diez mil o doce mil años, el volcán Mounga Terevaka asoló la isla.

Está claro, por tanto, que los antiguos rapanui no pudieron transportar los moais con el auxilio de rodillos de madera porque, sencillamente, no había madera. El toromiro, además, era tradicionalmente utilizado para el tallado de los moais «kavakava», unas figuras de pequeño tamaño con las costillas muy sobresalientes (de ahí el nombre de «kavakava»: «costillas»).

 

Pero entonces, si este arbusto no era suficiente para la fabricación de esos supuestos cientos, o miles, de rodillos, ¿cómo transportaron los gigantescos moais?

 

 

Lago interno en el volcán Rano Raraku. En Pascua no había bosques.

 

Siempre el «mana» La respuesta de los rapanui -y así consta en el manuscrito del obispo Tepano- es siempre la misma: con el poder del «mana». Era ese poder, más que excepcional, del rey o de los sacerdotes, el que levantaba las estatuas en las faldas de la cantera del Rano Raraku, desplazándolas por el aire. Llegado el momento, cuando el propietario del moai fallecía, el cortejo se ponía en marcha. El rey o «ariki» utilizaba su «mana» y el gigante de piedra se alzaba como una pluma, obedeciendo las órdenes del citado rey o del iniciado de turno. Y así viajaban hasta el lugar fijado previamente por el difunto. A veces -dicen los pascuenses-, el moai «caminaba» (por eso no tienen piernas; no las necesitaban). En otras oportunidades se movía por el aire. Así se salvaban los accidentes geográficos, depositando la estatua en los «ahu» más inaccesibles. Incluso en los acantilados.

En 1990, otro de los ancianos -Kiko Patea Paoa-, entonces profesor de la escuela, me explicó cómo él había llegado a ver los moais existentes en el acantilado de Orongo. Hoy no existen. La mar, probablemente, se los llevó. Y al comprobar lo abrupto de dicho acantilado me pregunté: ¿cómo lo hicieron? ¿Cómo consiguieron hacer llegar dos moais de cuatro o cinco metros de altura y más de diez toneladas de peso cada uno a más de cien metros de la superficie? Si la operación se llevó a cabo por mar, el problema seguía siendo el mismo. ¿Cómo hacer para transportar y desembarcar entre rocas y oleaje semejantes moles de piedra?

La respuesta de los naturales rapanui es siempre la misma: se movían con «mana». Pero, obviamente, esta posibilidad no cuenta para los científicos. Es más: la rechazan burlonamente...

 

La opinión de los científicos

• Para la antropóloga inglesa Katherine Routledge, que visitó Pascua en 1914, los moais fueron transportados por el llamado «camino de los moais» o «Ara Ote Moai», que parte del pie del Rano Raraku. En este sendero, de 2,5 a 4 metros de anchura, se contabilizan 47 estatuas, la mayor parte boca arriba. Para la inglesa se trataba de una especie de «avenida» de los moais, con las estatuas inicialmente en posición vertical. Lo que no explicó Katherine es por qué algunos de esos colosos aparecen fracturados por cuatro lugares y sin huella alguna de rozaduras de cuerdas o maromas. Evidentemente, dadas las diferentes posiciones, las estatuas no eran transportadas de la misma manera. La cuestión es: para que se produjeran esas cuatro fracturas en un solo moai, la mole de piedra tuvo que sufrir un fuerte impacto contra el suelo. Algo incomprensible, de aceptar los sistemas de traslado propuestos por los científicos. ¿Falló el «mana»?

Algunas de las alternativas propuestas por los científicos para el traslado y ubicación de las estatuas de Pascua. Ninguna convence...

• Thor Heyerdahl, en el invierno de 1955, propuso otro sistema para mover los moais. una especie de plataforma creada con tres horquillas y arrastrada por 150 isleños mediante el auxilio de cuerdas. Posteriormente se demostró que los moais de diez toneladas hubieran precisado, al menos, mil quinientos trabajadores. Thor puso en pie un moai de casi cinco metros de altura, derribada en el «ahu» Aturé-Huki, mediante la ayuda de doce hombres y durante dieciocho días. Naturalmente, las cuerdas y palancas lo deterioraron.

• Otro antiguo miembro de la expedición de Thor Heyerdahl, William Mulloy, ideó un sistema de transporte (1969) que tampoco convence: el moai colgaría de una especie de «V» de madera, y sus movimientos serían controlados por las cuerdas de los rapanui. La estatua rozaría el suelo con parte de la base, avanzando a «saltos de pulga» y a razón de 80 centímetros por movimiento. En Pascua, como dije, no había madera, y mucho menos de un grosor que pudiera resistir el peso de los colosos.

 

• En 1982, el checo Pavel propuso otra «solución», igualmente dudosa: rodear la estatua con dos cuerdas (una por el cuello y otra por la base). Al tirar alternativamente de una y de otra, el moai «caminaría», tal y como afirman los rapanui.

 

 

• A esta hipótesis se unieron Love, Schwarz y Simeray, entre otros, propugnando procedimientos similares al de Pavel. En definitiva, hacer rotar los moais con el concurso de cuerdas o por el sistema llamado de rotación con bamboleo atirantado.

• La última opinión de la que he tenido noticia (1999) procede de Jo Anne Van Tilburg, arqueóloga norteamericana, que asegura lo siguiente: «...Suponemos que los nativos de Rapa Nui probablemente necesitaron de varias generaciones de expertos polinesios en explotaciones marinas y construcción de canoas para desarrollar la tecnología idónea para el transporte de las estatuas. Los principios del fulero y la palanca podían ser fácilmente aplicados al transporte de las imágenes, así como el método de sujetarlas con cuerdas resistentes y la técnica de erigir postes.

»Los isleños probablemente adoptaron un repertorio básico de métodos de transporte que aplicaban a cada estatua de acuerdo con las circunstancias. La estatua típica era transportada en posición horizontal, tendida de espaldas y protegida por una estructura de madera. Es posible que utilizaran rodillos o calzos de ruedas en las pendientes o en determinados tramos del camino. Calculamos que se requerían menos de cien personas para mover de esa forma una estatua de tamaño y peso corrientes...»

Un brusco y misterioso final Nadie sabe con exactitud cuánto tiempo duró la hermosa industria lítica de los moais. Algunos especialistas aseguran que su construcción terminó hacia el siglo XIII. En esos cientos de años fueron labrados, al menos, mil moais. Puede que más. Fue la época dorada de la isla del fin del mundo.

Pero un buen día sucedió algo imprevisto. En Rapa Nui desembarcó una segunda oleada humana. Eran los llamados «Hanau-eepe»: unos individuos corpulentos (mal llamados «orejas largas») que terminarían provocando el primer gran desastre.

«Eran muchos -cuentan los ancianos- y se instalaron en el Poike...»

 

Y los «Hanau-eepe» se mezclaron con los primitivos pobladores. Pero, finalmente, estalló el conflicto. Y unos y otros guerrearon hasta que los invasores fueron exterminados.

Pascua no se recuperaría de aquella sangrienta guerra. Poco después, las rivalidades entre tribus y familias desembocarían en otra catástrofe. Una parte del pueblo se rebeló contra el rey, ensañándose con los símbolos del poder. Y muchas de las estatuas fueron derribadas. Y así han continuado hasta nuestros días...

La Luna es la única «tierra» visible desde Pascua.

De nuevo, el manuscrito en clave ¿Qué dice el documento de Tahití sobre los «Hanau-eepe»? ¿Forman parte de la leyenda? Esto fue lo que supo el profesor Cante Oliveros.

«...Cuando los "Hanau-eepe" (raza corpulenta o robusta, mal llamados "orejas largas") vivían en esta isla, era rey Tu'u Ko Iho. Al llegar éstos a esta tierra se dijeron los "Hanau­momoko" (raza delgada o débil, mal llamados "orejas cortas"): Los "Hanau-eepe" son una raza corpulenta de orejas largas; no tienen mujeres y se dedican a limpiar sus terrenos de piedras, arrojándolas al mar. Efectivamente, al llegar dicha raza no trajeron mujeres y se dieron al intenso trabajo de quitar piedras de sus terrenos, para realizar cultivos...»

Otros ancianos rapanui aseguran que los «Hanau-eepe» descendieron del cielo. Por eso llegaron sin mujeres, algo incomprensible en una masiva emigración humana. Y cuando insistí sobre la referida historia, los sabios pascuenses afirmaron: «Sí, bajaron del cielo en una gran luz...»

Sin comentarios. Sigamos con el manuscrito del obispo Tepano.

«...Los "Hanau-momoko" entonces se dieron cuenta de que la nueva raza pretendía adueñarse de esta isla; por eso se propusieron impedirlo, alegando que el rey Hotu Matu'a y su gente llegaron primero a esta tierra ("ki te kainga nei") y no estaban dispuestos a perder su soberanía. Por su parte, los "Hanau-eepe" se irritaron al enterarse de los argumentos esgrimidos por los "Hanau-momoko", y se prepararon para la guerra. Así, los "Hanau-eepe" excavaron fosos desde Te Hakarava hasta Mahatua, bajo las órdenes de su jefe, llamado Iko.

 

»Tornaron raíces de árboles y las echaron en los fosos para quemarlas. Pretendían congregarlos allí y acabar con ellos, y quedarse así como dueños únicos.»

 

La traición «Un "Hanau-eepe" había empleado una mujer de los "Hanau-momoko", viviendo en la península del Poike, para que le hiciera la comida. Esta mujer se llamaba Moko Pinge'i y se puso muy afligida cuando se enteró de la trampa contra su gente, así que, por la noche, bajó a escondidas por la costa y contó a los "Hanau-momoko" el plan de sus contrarios. Éstos dijeron a la mujer que les indicara cómo podían sorprender a los "Hanau-eepe". Entonces ella les respondió: "Cuando yo esté sentada tejiendo un canasto, será la señal de que los enemigos estarán dormidos, y vosotros podréis comenzar la guerra. Así llevaréis la ventaja ante los desprevenidos", añadió Moko Pinge'i.

»Los "Hanau-momoko" subieron por el lado del mar, dando vuelta por Te Hakarava, cerrando el paso. Otros de los "Hanau-momoko" se quedaron enfrente para mostrarse a los "Hanau-eepe" y, como era de esperar, éstos se levantaron a pelear contra los "Hanau-momoko", que se presentaron ante ellos delante del fuego; pero los "Hanau-eepe" no se percataron de aquellos "Hanau-momoko" que venían por la parte de atrás. Atrapados entre los dos bandos enemigos, los "Hanau-eepe" cayeron en el fuego de los fosos mientras los dos bandos les arrojaban una "lluvia" de piedras.

»Pronto se percibió en el aire el olor a carne quemada.

»Sólo tres "Hanau-eepe" -concluye el manuscrito de Tahití- se salvaron de la muerte, pero sus enemigos los persiguieron y a dos de ellos les dieron la muerte. Al tercero, llamado Ororoina, lo arrojaron al agua y lo dejaron. Cuando llegó la noche, Ororoina salió del agua y se fue corriendo al Mau'nga To'a to'a. Llegó a casa de un "Hanau-momoko", llamado Pipihoreko, en cuya casa se quedó, y se casó con su hermana. De esta unión nació un hijo varón, que tuvo numerosa descendencia...»

Oscuridad y contradicciones Tampoco hay unanimidad a la hora de fijar la fecha en la que pudieron llegar a la isla del fin del mundo los no menos célebres «Hanau-eepe» o «gente robusta». El único dato medianamente fiable aparece en los análisis efectuados en la materia orgánica encontrada en el Poike. Justamente, en una fosa en la que fue descubierta madera carbonizada, tal y como señala el relato de los rapanui. Esa datación, por el sistema del C14, nos remonta al siglo IV de nuestra era. De ser cierta la historia de la guerra entre la gente robusta y la endeble, la llegada a la isla de los segundos invasores -los «Hanau-eepe»- debería situarse mucho antes: quizá en el primer milenio antes de Cristo. Y el rey Hotu Matu'a y su pueblo habrían desembarcado en Anakena cientos o, quizá, miles de años atrás. Si la lejana patria -Marae Renga- formaba parte de la isla continente que se hundió en el océano Pacífico, y ésta, a su vez, era el legendario «M, deberíamos situarnos hace diez mil años. Quizá más...

Los rapanui jamás fueron escuchados por la ciencia.

Esta notable antigüedad sí explicaría la presencia en el «ombligo del mundo» de las gigantescas construcciones basálticas en Vinapú y Te Peu, unos formidables bloques de piedra para los que no hay explicación (de momento).

Otros investigadores, sin embargo, sitúan el arribo de los «Hanau-eepe» hacia el año 450 después de Cristo, y fijan la fecha de la guerra entre ambas etnias hacia el 1680. Sea como fuere, lo cierto es que «Te Pito o Te Henua» no volvería a recobrar aquel antiguo esplendor. Y las desgracias se encadenaron...

 

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