Imágenes: © Iván Benítez

 

< Al fin, el Tassili N´Ajjer.

Una historia alterada

Los grandes olvidados

3

Viernes, 4 de mayo.

Pésima noche, a pesar del agotamiento.

El hotel es de espanto. Imposible comunicar con Blanca. No sabe si estamos vivos o muertos. Los mosquitos gobiernan. No hay aire acondicionado. El termómetro señala treinta grados a las 3 horas de la madrugada. Termino con la última naranja que me queda. Ducha cada media hora. Para colmo, un equipo de fútbol comparte el pasillo en esta planta. Sueño con algo frío...

 

Amanece a las 6 horas. Mientras los tuaregs se ocupan de la infraestructura para la inminente ascensión al Tassili N'Ajjer, prevista para mañana, Lago nos conduce a la región de Dider y Tikobaouina.

 

Quiero examinar algunos grabados en piedra y otras tumbas circulares. Djanet -la puerta del Tassili- es una ciudad típica del desierto: casas de adobe, calles estrechas y sucias y gente curiosa y afable. Mercado al aire libre. Vehículos todoterreno y ardientes dunas abrazando el puñado de casas. Por aquí pasan todas las expediciones que pretenden visitar la meseta. Aquí están los guías autorizados y los almacenes donde contratar víveres, material y caballerías. Es la población más próxima al Tassili: veinte kilómetros. En lo alto del Ajjer no hay 4x4; sólo burros y camellos. Los desplazamientos -necesariamente- son a pie o en animales.

 

Presiento que el Tassili es duro; mucho más que el Hoggar. Sin embargo, ardo en deseos de llegar a lo alto e investigar hasta el último rincón. Paciencia.

 

El viaje hasta Dider -a ciento ochenta kilómetros de Djanet- es un paseo. Carretera asfaltada y viento en calma.

 

 

 

 

Djanet, un oasis al pie del Tassili N´Ajjer. Por esta ciudad pasan cuantos desean subir a la meseta.

 

A las 11.15 horas dejamos atrás la calzada y nos adentramos en los arenales.

 

11.40 horas. Primeros grabados en las rocas. Espectaculares. En especial, la llamada «gacela dormida» y los «pies humanos». Contemplamos rinocerontes, jirafas, elefantes, vacas y antílopes. Señal de que el Sahara fue un lugar fértil. Estos grabados pueden tener más de diez mil años. Y junto a los «pies», escritura bereber. Otro de los grabados resulta también intrigante: un hombre (?) con larga cola (idéntico a lo narrado por los dogon, en Mali).

 

Curiosa coincidencia...

 

Llama la atención el pulido de los surcos. ¿Cómo lo lograron?

En el almuerzo, Hamed anuncia que no subirá al Tassili. A pesar de su noble planta teme a los «djenoum». Habla en serio.

Dider: la gacela dormida.

 

Moneda argelina, con la imagen de la gacela de Dider.

Surcos impecables trabajados hace más de diez mil años.

La oscura pátina revela una gran antigüedad.

Las nuevas tumbas, en Tikobaouina, son espectaculares. Algunas alcanzan treinta y cincuenta metros de diámetro. Son idénticas a las fotografías del ovni de Barra de Tijuca, en Brasil (1952).

19 horas. Nos sorprende una súbita tormenta de arena. Hamed, frío y sereno, le hace frente. La geografía se difumina. Los caminos desaparecen. Hamed, acosado por la cortina de tierra, se ve obligado a detener el 4x4. Hace semanas, dos tuaregs murieron en este mismo lugar a causa, justamente, de una tormenta. Se bebieron hasta el aceite del coche... Pero Dios es misericordioso -dice el tuareg- y la tormenta pasa. Buen susto.

Tumba circular en el desierto de Tikobaouina.

22 horas. Tras la cena me refugio en la habitación y repaso los detalles de la próxima subida al Tassili N'Ajjer. He logrado hablar con Blanca; está preocupada. Le quito hierro al asunto. Me centro en las pinturas rupestres. Ése es mi gran objetivo. Y escribo: la mayor parte de los estudiosos del Tassili cometemos un grave error cuando hacemos referencia al descubrimiento de sus pinturas. Todos consideramos que fue Henri Lhote, el francés, quien las  encontró y las dio a conocer. En realidad fue el militar y explorador Fernand Foureau quien, entre 1892 y 1893, recibió las primeras informaciones sobre las pinturas y los grabados existentes en la gran meseta y sus alrededores. Foureau, que intentaba atravesar la región de Ajjer para alcanzar la zona de Nr, oye de uno de los guías tuareg el relato de una increíble colección de grabados existente en el wadi Djerat, al norte de Djanet. Pero los tuaregs le prohibieron el acceso a dicho cauce seco y Foureau, en 1894, se limitó a dejar constancia: «Me dicen -escribió- que en el Alto Tassili, cerca de Mihero, existen grandes esculturas en roca, muy curiosas, y que no han sido señaladas todavía por ningún europeo.»

Extraños círculos, grabados a cientos en el desierto. ¿Qué vieron los antiguos habitantes del Sahara?

Ovni fotografiado en Brasil, idéntico a la forma de las tumbas saharianas. ¿Casualidad?

Europa no supo del Tassili N´Ajjer y de su gran secreto hasta el siglo XX.

El descubridor En honor a la verdad, fue el capitán Cortier quien descubrió la primera pintura del Tassili N'Ajjer. Corría el año 1909. El hallazgo tuvo lugar en el wadi Assouf Mellen, muy próximo a Illizi, en el norte. Pero la pintura en cuestión -un buey que Cortier confunde con un bisonte- pasó casi desapercibida. En 1914, otro militar, Gardel, alcanzó a ver las de Ezzan. Y en 1927 y 1928, Killian descubrió las estaciones pictóricas de Tin Ekaham, Amayas e In Debigheno A partir de esas fechas, las diferentes misiones militares francesas en el Sahara van reseñando otros hallazgos que, poco a poco, despiertan el interés de la comunidad científica europea. Y es en 1933 cuando se lleva a cabo uno de los más importantes descubrimientos. El coronel Brenans, destacado en Port Polignac, perteneciente al cuerpo de «meharistas» o camelleros, se refugia del calor en un abrigo rocoso y se lleva el susto de su vida: allí, frente a él, aparece la figura de un rinoceronte, perfectamente grabado en la pared. Son los alrededores de la meseta del Fadnoum, en el Djerat. Brenans queda desconcertado. En ambas orillas del wadi, y a lo largo de treinta kilómetros, el coronel va contemplando miles de grabados en piedra. Toda una representación de la fauna  subtropical: jirafas de hasta ocho metros de altura, elefantes, cocodrilos, rinocerontes e hipopótamos. Algo aparentemente incomprensible en un desierto. Brenans dibuja lo que ve y se lo muestra a Maurice Reygasse, conservador del museo de El Bardo. Todos quedan maravillados. Y a partir de esos momentos, una legión de arqueólogos, geógrafos e historiadores se dirigen al Tassili. En 1935, Reygasse visita el wadi Djerat. Lo acompañan el pintor Rigal y un naturalista, interesado por las migraciones de los saltamontes: Henri Lhote. Y ambos quedan igualmente fascinados. Brenans sigue explorando el Tassili y en 1938 conduce a Lhote hasta lo alto de la meseta. Allí le muestra las formidables pinturas de Jabbaren, entre otras. Es el primer encuentro de Lhote con el llamado «gran dios marciano». Y es justamente Brénans quien, en el transcurso de esa década de los años treinta, elabora un voluminoso informe sobre la «Sixtina de la Edad de Piedra». El estudio llega al Museo del Hombre, en París, y los responsables de dicho museo recomiendan a Brenans que contacte con el eminente especialista en pinturas rupestres: el abate Breuil.

¿Rinocerontes y vacas en el desierto? La sorpresa de los franceses, descubridores de los grabados, fue total.

 

 

Matkhendus, en Libia. Animales que nadie identifica.

 

«Gran dios marciano» (Jabbaren).

 

Pero la segunda guerra mundial paraliza la publicación de las imágenes saharianas contenidas en el trabajo de Brenans. El gran tesoro del Tassili quedará «congelado» hasta 1952. En ese año, Breuil y Lhote presentan un ambicioso proyecto de exploración e investigación en el Congreso de Prehistoria celebrado en Argelia. Y el mundo científico, al fin, toma cartas en el asunto. El abate, demasiado viejo para escalar la meseta del Ajjer, delega en Henri Lhote.

Pero antes de que el francés emprenda sus famosas expediciones al Tassili, una mujer se adelanta y realiza unas fotografías y unas acuarelas que reproducen decenas de pinturas. Se trata de Yolanda Tschudim, etnóloga suiza que trabaja para el museo de Neuchátel. Corren los años 1950 y 1951. Yolanda explora las regiones de Assakao, Meddak, Tachekelaout, Bendery Mouli, y pinta y fotografía muchas de las célebres pinturas y grabados. Lhote conoce la gran labor de la suiza, pero la ignora olímpicamente. Así se escribe la historia...

Jebrine, el gran olvidado En 1956 y 1957, financiado por el Museo del Hombre, el Centro Nacional de Investigaciones Científicas de Francia (CNRS), el Instituto de Investigaciones Saharianas (IRS) y con el apoyo del gobernador general de Argelia, Henri Lhote dirige dos expediciones al corazón de la meseta de Ios Ajjer. Su objetivo es claro: sacar copias de las pinturas por el sistema de la aguada.

Abate Breuil, gran impulsor de la investigación en el Tassili N´Ajjer y protector de H. Lhote. (Cortesía del Museo del Hombre de París.)

 

Para alcanzar las diferentes estaciones pictóricas es preciso caminar entre tres y cinco horas diarias. En la imagen inferior, campamento en Sefar.

En 1956, con la ayuda de pintores y de un fotógrafo, Lhote permanece ocho meses en el Tassili N'Ajjer, calcando cuatrocientos frescos. Al año siguiente, la labor se prolonga durante otros quince meses. En ese desierto, y en esa época, todo un récord de supervivencia...

 

Las copias son expuestas en primer lugar en Argel (1957) y, posteriormente (principios de 1958), en el Pabellón de Marsan, en París. Se trata de la primera divulgación -a escala internacional- de los frescos de la formidable «capilla Sixtina del Neolitico».

 

En 1961 vio la luz uno de los libros que hizo célebre a Lhote Hacia los descubrimientos de los frescos del Tassili. Y, una vez más, la gloria se la llevarían Brenans y Lhote, olvidando a los auténticos descubridores de este tesoro: los argelinos. Y entre éstos, uno en especial: Jebrine ag Mohamed, el guía tuareg que llevó de la mano a los exploradores franceses; un hombre injustamente ignorado.

 

 

Jebrine, el auténtico descubridor de los frescos del Tassili N´Ajjer.

 

(En mi segundo viaje al Tassili N'Ajjer tendría la fortuna de conocer a Barka Ayoub, nieto o sobrino-nieto (según versiones) de Jebrine, otro tuareg que ha heredado la sabiduría y prudencia del mítico y prestigioso guía. Con él mantuve largas conversaciones y, gracias a él, supe de la importancia de su abuelo. Estas líneas están dedicadas a la memoria de aquel gigante pelirrojo, fallecido en abril de 1981. ¡Ojalá lo hubiera conocido!

Jebrine, nacido en 1890 o 1892, pertenecía a la familia o clan de los Idjeradjeriouène Kel Maddak, tuaregs nómadas que habitaban la gran meseta. Allí vivió toda su vida. Conocía los setecientos kilómetros del Tassili con una exactitud matemática. Sabía de pinturas, fauna, flora y geología. Jebrine fue el guía de las misiones científicas organizadas entre 1949 y 1952 por la Universidad de Argel. Era siempre la primera referencia para militares, científicos, exploradores y turistas. Enfermo de reuma, casi tullido, no perdió jamás el coraje y la prestancia, y resultó vital, sobre todo, en las expediciones de Lhote. Jebrine fue señalando -uno tras otro- todos los frescos calcados por Lhote. Pero la gloria, como siempre, se la llevaron otros).

Barka (a la izquierda), guía de J.J. Benítez.

El gran momento Sábado, 5 de mayo. ¡Aquí no funcionan ni los relojes! Nos despiertan a las 4 de la madrugada (una hora antes de lo establecido). ¡Empezamos bien!

Según los tuaregs, todo está bajo control.

No me fío y reviso el cargamento. Falta la mitad de lo pactado. Era de esperar...  llegamos a la base del Tassili con las primeras luces del alba. ¿Cuál es la palabra exacta? ¿Monumental? ¿Desafiante? Las inmensas rocas se alzan como rascacielos. Son guardianes dormidos, de momento. El amanecer los viste de oro y plata. Y al punto, un sol con prisas pone en marcha a los «gigantes». El Tassili se mueve...

 

 

Base del Tassili N´Ajjer, al amanecer.

 

Escribo nervioso. Todo está dispuesto. Ha llegado el gran momento. ¿Qué me espera en lo alto de la meseta? El objetivo, supongo, se encuentra ahí arriba, a cosa de mil ochocientos metros, en la calcinada región de Jabbaren. Allí me aguarda la primera exploración. El examen, insitu y directo (!), de unas pinturas que han dado la vuelta al mundo y que son conocidas entre los arqueólogos como «los cabezas redondas». Unas enigmáticas figuras de entre nueve y diez mil años. Quizá más...

 

6.15 horas. Javier Lago da las órdenes. Iniciamos el ascenso. Iván carga una mochila con cuarenta kilos. Me preocupa.

 

El relativo frescor del amanecer ayuda, pero es pura ilusión. Al cabo de cinco minutos empezamos a sudar. El termómetro sube como un cohete, tan de prisa como ese sol sin piedad. Respiro a fondo. Soy el más viejo, pero no el más débil. ¡Voy a llegar!

 

Lago establece una breve parada cada diez minutos. Se agradece. El terreno es pura piedra. No hay sendero. Al mirar hacia arriba me desmorono mentalmente. Pueden ser quinientos o seiscientos metros pero, a mí, se me antojan quinientos kilómetros...

 

¡Ánimo!, me digo. E intento distraer la mente con las grandes preguntas de esta aventura: ¿qué clase de conexión existe entre los «cabezas redondas» y el suceso de Los Villares, en el sur de España? ¿Por qué los «palos y ceros» del anillo de plata me han conducido hasta este lugar?

 

¿Fueron los «cabezas redondas» (desde ahora los llamaré «CR») tripulantes de Orión? ¿Son los mismos seres que vio Dionisio Ávila en 1996? ¿Astronautas en la Edad de Piedra? Y si fue así, ¿con qué objetivo?

 

7.35 horas. Nuevo alto en el camino. Es agotador. Aquí también nos comen las moscas. Iván y yo cruzamos frecuentes miradas. «Todo bien», respondemos. Pase lo que pase, jamás olvidaremos esta aventura...

 

Hay que avanzar con cuidado. Un mal paso y podemos rodar hasta el fondo del barranco. Trato de beber lo menos posible. Iván y Javier tiran con fuerza. En Iván lo entiendo. No fuma. Javier, en cambio, fuma tanto como yo...

Nuevo descanso. El corazón protesta.  Debe golpear a ciento cincuenta o ciento sesenta pulsaciones. Javier Lago se reúne conmigo. Iván nos deja atrás. Me invade un extraño sudor frío. No puedo evitarlo y vomito. ¿Un corte de digestión?

Medio kilómetro de dura ascensión.

Proseguimos. Los últimos metros... 8.15 horas. Coronamos el desfiladero y se abre ante nosotros la inmensa planicie, el Tassili de Ios Ajjer, ¡ El gran Tassili!

Allí espera Ahmed Zinne, el joven guarda fijado por el Parque Nacional. Un muchacho gentil y preparado.

La brisa va relajándome. Trato de identificar la región de Jabbaren. El guía sonríe y niega con la cabeza: Jabbaren está a una hora de camino.

Tomo notas. Tiempo total de ascensión: una hora y treinta minutos (hay que añadir tres paradas de diez minutos cada una). No está mal. Han sido 532 metros de subida. ¡Tengo que dejar el maldito tabaco! Sí, pero ¿cuándo?

La meseta es azul y cobriza, según las horas. Es un infierno de piedra, prácticamente estéril y cuarteado por las oscilaciones térmicas. Ahora (8.30 horas), el termómetro está provisionalmente detenido en 37 grados Celsius.

Dibujo lo que veo. El Tassili es un formidable «portaviones» de casi ochocientos kilómetros de longitud por otros cincuenta o sesenta de ancho. Una región como la mitad de Andalucía y repleta de pinturas rupestres; según los expertos, más de cincuenta mil. Debo hacerme a la idea de que sólo podré ver unas pocas, al menos en este primer viaje. Centraré mis esfuerzos en Jabbaren, de momento. Después le tocará el turno -eso espero- a las regiones de Tamrit y Sefar, también en el Tassili N'Ajjer. La curiosidad me consume...

 

 

Algunas de las principales estaciones pictóricas del Tassili N´Ajjer, en Argelia.

 

 

La plataforma del N´Ajjer, a 1.800 metros. No es posible describir tanta desolación.

 

 

 

«Cabeza redonda». Imagen nunca publicada. La unión del casco con el traje es elocuente. Antigüedad aproximada: nueve mil años.

Los gigantes

Hace diez mil años...

4

 

9.30 horas. Tras una hora de marcha encontramos a los «cabezas redondas» (CR).
Ahora comprendo por qué
Jabbaren significa «los gigantes». Aparecen en abrigos rocosos. Estamos a 1786 metros. Iván toma coordenadas con el GPS.

 

Silencio. Absoluta soledad. El guía señala con la mano. En su mirada descubro un justificado orgullo. «Los cabezas redondas», anuncia. No sé hacia dónde mirar.
Debo serenarme. Me dejo caer sobre la piedra del desierto. Estoy feliz y perplejo. Es mucho más de lo que había supuesto...

 

La palabra, de nuevo, debe ponerse a disposición de la imagen. Cruzo otra mirada con Iván. Mi hijo asiente. Es todo suyo...

«Astronautas» en la Edad de Piedra Olvidaré, momentáneamente, el cuaderno de campo e intentaré ordenar las ideas. Tiempo habrá -supongo- de regresar a los «Cuadernos casi secretos».

Vayamos por partes...

Lhote se quedó corto. Así lo verificaría en esta y en las siguientes ascensiones al Tassili N'Ajjer. Lo que el francés acertó a difundir (un centenar de imágenes) fue una mínima parte de lo que contiene este formidable «santuario» de la prehistoria humana. Sólo en Jabbaren se han contabilizado más de cinco mil pinturas (!).

Lhote -hay que comprenderlo- no era investigador del fenómeno ovni. Por eso «olvidó» infinidad de figuras que, sencillamente, no cuadraban en sus conceptos. Unas imágenes que yo sí ofrezco en rigurosa primicia.

Fueron muchas horas frente a las pinturas de los «CR» en los abrigos rocosos de Jabbaren. Muchas horas de observación, mediciones, tomas de fotos y, sobre todo, de reflexión. Y las conclusiones llegaron nítidas. Todo cuanto había sospechado años atrás, a la vista de las imágenes publicadas por Henri Lhote, se vio confirmado, con creces. Después de treinta años en la investigación de los «no identificados» no puedo ni debo escudarme en rodeos, tapujos o paños calientes. Me gusta ser claro: «aquello» que tenía a la vista eran «astronautas». Seres «no humanos» que, evidentemente, precisaban de escafandras para desenvolverse en nuestra atmósfera. Individuos llegados a la tierra -al Tassili- hace nueve o diez mil años. Quién sabe si más...

 

 

Jabbaren. Decenas de «cabezas redondas». ¡Seres con trajes y escafandras en plena Edad de Piedra! En la imagen inferior, animales desconocidos y objetos en movimiento (Tan-Zoumaitak).

 

 

Cualquier observador mínimamente informado y con la mente abierta pensará de inmediato en esta posibilidad. Y hubo un «detalle» que ratificó mi teoría y que quiero exponer antes de profundizar en el análisis de los «CR»; un «detalle» de especial importancia que ayuda a comprender lo que pudo ocurrir en esta meseta en la noche de los tiempos. Yo le llamo el problema de la «fidelidad». Al examinar las escenas de caza, las pinturas domésticas y, sobre todo, las representaciones de los animales, es fácil percatarse de algo asombroso: aquellos artistas no inventaron ni se dejaron llevar por la imaginación. Sus obras son rigurosas y casi perfectas. Manos, pies, tocados, vestimentas, arcos, pezuñas, arreos, colores, luchas entre jirafas, elefantes en celo, pastores con vacas o el lavado del cabello en las mujeres son impecables. No descuidaron un solo detalle.

 

 

Perros a la caza.

 

 

Guerrero con casco. El artista fue extraordinariamente fiel a la realidad.

 

 

Pintaron lo que vieron.

 

 

El análisis de las punturas más antiguas nos remonta al final de la última glaciación.

 

 

Los animales fueron dibujados con especial detalle.

 

 

 

¿Imaginación o realidad? ¿Por qué seres de pequeñas y grandes cabezas?

 

 

 

El artista dibujó, incluso, las pestañas de las vacas (Jabbaren). En la imagen inferior, un agricultor con tocado «egipcio».

 

 

 

El problema de la «fidelidad» resulta clave a la hora de comprender los «cabezas redondas.»

 

 

Ubres de jirafa, pintadas al detalle (Sefar Negro).

 

 

¿Cómo explicar la perfección de estas vestimentas hace nueve mil o diez mil años?

 

 

 

 

Otra sorpresa en el wadi Aramet: perfil «egipcio» mucho antes de que existiera Egipto.

 

 

Si los caballos entraron en el norte de África con los hicsos (hace tres mil setecientos años), ¿qué significan estos carros, puntados mucho antes?

 

 

Todo está pintado o grabado con una fidelidad exquisita. En otras palabras: los hombres de la Edad de Piedra pintaron lo que vieron y lo que tenían habitualmente a su alrededor.

 

Pues bien, si esto, aparentemente, fue así, ¿qué debemos pensar de esas otras pinturas que la arqueología atribuye a la imaginación de los artistas prehistóricos? ¿Figuras antropomorfas? ¿Máscaras? ¿Delirios? ¿Pintores bajo los efectos de las drogas? ¿Dioses? ¿Humanos sometidos o esclavizados por esos «dioses»? ¿Magia para favorecer y propiciar la caza? ¿Estructuralismo y psicoanálisis? Así lo defendieron Leroy Gourham y Max Raphael en los años sesenta. Según estos «expertos», las pinturas rupestres transmitían «valores masculinos y femeninos» de los que, por supuesto, los artistas no eran conscientes...

 

¿Estamos ante una «guía» iniciática, como apuntan otros especialistas? ¿Fueron los pintores del Neolítico unos chamanes o brujos que explicaban así el «todo», como defiende Bosisnski, el número uno de Europa en el mundo prehistórico?

 

Las explicaciones oficiales, en efecto, no convencen. La solución a esas desconcertantes pinturas -para mí- está íntimamente vinculada a la «fidelidad». Los hombres de la Edad de Piedra pintaron individuos gigantescos, con cascos, antenas, trajes hinchados, guantes y botas porque, sencillamente, así lo vieron. Se limitaron a copiar lo que tenían a la vista, como hicieron con los rebaños o con sus compañeros de clan. Otra cuestión es que la ciencia no admita la realidad de seres «no humanos» en la tierra y, mucho menos, en la antigüedad. Sin embargo, el hecho de negar algo, que ni siquiera se ha investigado, no significa que ese «algo» no exista. Quizá algún día, cuando la universidad tome el relevo en la investigación ovni, cambien de opinión...

 

Algunos «detalles» «Astronautas», sí, lo ratifico. Lo manifiesto sin la menor sombra de duda. Examinemos por qué considero que hace miles de años descendieron en el Tassili N'Ajjer unos seres que no pertenecían a la raza humana.

 

 

¿Por qué gigantes de cuatro dedos?

 

 

Rebaño y aldea: fidelidad total.

Los conté una y otra vez. No había duda: aquella pintura, aquel «CR», disponía de cuatro dedos (sin pulgares) en cada mano. En los paneles próximos, en las pinturas que muestran escenas domésticas, de pastoreo o de caza, los artistas siempre pintaron a hombres y mujeres con cinco dedos.

¿Por qué este gigante sólo presenta cuatro ? ¿Y por qué con un casco y con el cierre del traje en las muñecas perfectamente marcado? ¿Qué quiso transmitir el artista? ¿Magia? ¿Invitación a la caza?

Una de las pinturas más antiguas. Traje hinchado en el que se observan las arrugas existentes en el cuello. ¿Cuándo nació el concepto «arruga»?

¿Y qué decir de las arrugas en los trajes de los «CR»? En muchas de estas pinturas han sido trazadas con minuciosa exactitud: en el pecho, en el cuello y a la altura de brazos y rodillas. Y me pregunto: ¿cuándo surge el concepto «arruga»? ¿En el Tassili Neolítico? ¿Hace diez mil años?

 

 

La no aceptación de la realidad extraterrestre ha llevado a la ciencia a las explicaciones más absurdas.

 

 

Cascos y trajes hinchados. Para los antropólogos sólo son máscaras y adornos ceremoniales.

 

En otras pinturas de la época, incluso posteriores, la mayor parte de los humanos aparecen desnudos o casi desnudos. y si las modestas arrugas llamaron la atención de los naturales, ¿qué pensar de los trajes de una sola pieza? En los «cabezas redondas» se repiten constantemente. Llegué a sumar más de cien pinturas similares. Y de nuevo el gran interrogante: si consideramos que los habitantes del Tassili no conocían este tipo de vestimenta hace nueve o diez mil años, ¿a qué conclusión podemos llegar? Muy simple: pintaron lo que vieron. Es decir, seres desconocidos que descendieron en la gran meseta y que lucían unas no menos asombrosas vestiduras. Un «ropaje» de una sola pieza, con otro «detalle» no menos difícil de explicar: la unión del casco con el resto de la indumentaria. En muchas de las pinturas resulta elocuente. El artista de turno se molestó en dibujarlo con milimétrica exactitud. ¿Fue víctima de los alucinógenos, como pretenden otros «expertos»? ¿«Transportaron» las drogas al futuro a los pintores del Tassili N'Ajjer? ¿«Vieron» a los astronautas del proyecto Apolo en sus aventuras lunares? Evidentemente, no. Los artistas, insisto, pintaron lo que tuvieron ante sus asombrados ojos.

Para otros «expertos», las pinturas del Tassili N´Ajjer son el resultado del viaje al futuro, por alucinógenos, de los hombres del Neolítico. Sin comentarios...

 

Traje de una sola pieza y sin cabeza (Sefar Blanco). ¿Por qué sin cabeza?

Y si no inventaron, ¿cómo explicar los enigmáticos dibujos que adornan las «escafandras»? ¿Se trata de ojos? ¿Y por qué unos más altos que los otros?

«Cabezas redondas». He aquí otro concepto que merece la pena analizar. Cuando surge -a principios del siglo XX-, la humanidad no tiene conciencia de la llamada «carrera espacial». Eso llegaría cincuenta años después. Y sin embargo, aciertan: los «gigantes» de Jabbaren son distintos del resto de los personajes que aparece en las pinturas. Son gigantescos, sí, y con las cabezas redondas. Los únicos entre cincuenta mil pinturas (!). ¡Qué extraño! ¿Por qué no se repiten en otras estaciones pictóricas? Para mí, como investigador, está claro: esos «astronautas» sólo se vieron en esa meseta. Y allí los dibujaron. Para los primeros exploradores y científicos que los contemplaron, la idea de seres «no humanos» en la antigüedad hacía chirriar las mentes. Hoy, en cambio, no resulta tan inverosímil. Al menos para los medianamente informados. Estas pinturas nos transportan de inmediato a lo que entendemos como cosmonautas. Los cascos, esféricos o cilíndricos, son casi idénticos a los utilizados por rusos o norteamericanos. Y también los apéndices que muestran sobre dichas escafandras podrían ser interpretados en la actualidad como antenas o sistemas de comunicación; algo común en una civilización lo suficientemente avanzada como para llegar a la Tierra desde el espacio exterior. Sistemas de comunicación entre los exploradores y quizá entre los astronautas y las naves.

De nuevo, grandes cráneos. ¿Hace diez mil años?

 

Misterioso objeto (¿antenas?) sobre la escafandra de uno de los seres.

 

Cuando se descubrieron los «cabezas redondas», nada se sabía de la carrera espacial. Eso llegaría mucho después.

¿Y qué comentar sobre las «botas» y los «guantes»? Hace diez mil años -en pleno período neolítico-, nada de esto era comprensible o imaginable. ¿Otra «invitación» a la caza? Que se sepa, ninguna de las etnias que habitaba el Tassili estaba en condiciones de pintar lo que no conocía, a no ser, claro está, que acertaran a verlo.

 

Y esto se refleja igualmente en los «CR». «Cabezas redondas» con botas grandes y aparentemente pesadas, como si tuvieran problemas gravitatorios. En otras pinturas, esas botas, en cambio, llegan a media pierna y parecen formar parte del traje espacial. Si tales complementos eran tan sólo «elementos rituales o religiosos», como afirma la arqueología, ¿por qué no se repiten en otras latitudes? ¿Por qué los hombres desnudos o semidesnudos no son pintados con dichos guantes, botas o cinturones? Cinturones, sí, perfectamente dibujados, con dos, tres y cuatro líneas...

 

 

Algunos los califican de guerreros. Otros ven «buzos» con botellas a la espalda...

 

    

 

Los hombres desnudos no guardan relación con las escafandras y los trajes hinchados.

 

    

 

«Cabezas de palo» otro enigma de las pinturas saharianas.

 

Y llegamos a otro absurdo: gigantes enfundados en trajes hinchados y flotando en posición horizontal, en aparente estado de ingravidez. Pues bien, para los científicos, esas pinturas sólo reflejan «nadadores». Y se quedan tan anchos. ¿Nadadores? ¿En el desierto? ¿Dónde está el agua? ¿Nadadores con aletas en los pies? ¿Desde cuándo el hombre de la Edad de Piedra podía soñar con vestimentas semejantes? Mi idea es otra: los seres «no humanos» que descendieron en el Tassili N'Ajjer hace nueve o diez mil años disponían de trajes que hoy sí comprendemos. Trajes regulables, susceptibles de ser hinchados -exactamente iguales que los de nuestros astronautas-, controlando así presión y gravedad. Y los artistas del Neolítico se limitaron a ver y a copiar en las paredes de la gran meseta. Y aquellos seres, sin duda, fueron tomados por dioses. Por eso los incluyeron en los frescos; por eso la zona tomó el nombre de Jabbaren: los gigantes...

 

 

Cinturones en la Edad de Piedra.

 

 

Mohamed Laïd, subdirector del Parque de Tassili, junto a uno de los «nadadores».

 

 

Seres que parecen flotar y con extraños objetos sobre los cascos (Jabbaren).

 

 

«Cabeza redonda» abriendo una especie de trampilla. A la derecha, una mujer embarazada (Sefar).

 

 

Seres en aparente estado de ingravidez (In-Auoarhat).

 

 

Seres enfundados en trajes hinchados y con cinturones.

 

 

¿Un paracaídas en la Edad de Piedra?

 

 

¿Pudo el hombre del Neolítico pintar a los «cabezas redondas»?

 

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